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Derechos, no limosnas

| Palma |

La diferencia entre un joven ánglosajón y otro español es que aquél encuentra enseguida un trabajo, se independiza de sus padres antes, y, cuando lo despiden, no siente angustia, porque pronto encontrará otra empresa. El pavoroso problema de la juventud española es que tiene que permanecer en casa de sus padres por falta de recursos propios, y eso no se arregla con limosnas para que puedan pagar un alquiler. Primero, porque Pedro I, El Mentiroso, está preparando una ley de vivienda, que parece redactada por un okupa experimentado, y que, si se aprueba, al español propietario de un piso que lo ponga en alquiler, es probable que los familiares le invitan a que se haga un estudio psiquiátrico, porque habrá que tener la mente funcionando como la de un loco para exponerse a perder un bien que sólo generará gastos y abogados.

Eso sí, ante la berrea electoral, los partidos de centro y de derecha también han acudido a la subasta titulada ‘A ver qué político ofrece más limosnas'.

El precio de los alquileres está mal pero la que padece una enfermedad gravísima es la economía española que, en lugar de invertir las enormes cantidades de dinero de la Unión Europea en reforzar y modernizar el tejido empresarial, o en rebajar la deuda, se ha desparramado en acciones de objetivos desconocidos, que recluyen a los jóvenes en las casas de sus padres, porque no hay trabajo, y la obligación del trabajo es, precisamente, la que nos proporciona la libertad para alquilar, o comprometerse con una hipoteca, o vivir en otra ciudad, mientras la limosna nos sujeta los grilletes que lleva cualquier ciudadano que depende de la limosna. Y si los jóvenes votan a los prometedores de limosnas, pues allá ellos, pero que no se quejen en los próximos años, porque si existe un axioma democrático cierto es que todo país tiene el gobierno que se merece, aunque muchos días algunos nos hagamos la clásica pregunta de «¿Que hemos hecho para merecer esto?».

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