Hace unos días, nuestro querido alcalde, José Hila, sembró el árbol número 10.000 de la presente legislatura en Palma. En concreto, fue un olivo en el Parc de sa Riera. Cuando leí la noticia, me sorprendió, pero no porque desconfiara de ella, por supuesto, sino porque no recordaba haber visto ningún árbol nuevo en estos últimos años a lo largo de mis melancólicos recorridos a pie por Ciutat. También es verdad que casi siempre voy mirando al suelo, por lo que quizás solo esté facultado para darles una opinión más o menos fundamentada en relación al incremento o no del número total de alcantarillas y adoquines; o sobre el aumento o no de los socavones con trasfondo histórico y las deposiciones caninas; o acerca de si los tacones de aguja o las zapatillas náuticas vuelven a estar de moda en esta recién iniciada primavera, que parece ser que sí.
Gracias a esa costumbre mía de no levantar apenas la vista del asfalto, recientemente he podido constatar también que el Ajuntament ha renovado ya buena parte del pavimento del Parc de la Mar, un espacio verde para el que, muy humildemente, propongo una posible nueva denominación, la de Ciment de la Mar, que se podría quizás aprobar coincidiendo con la celebración de su cuarenta aniversario, que tendrá lugar en octubre de 2024. Será también entonces cuando esté ya casi acabada la actual reforma del Paseo Marítimo, que quizás para compensar se reconvertirá en una especie de gran vergel, que al parecer será casi idéntico al que disfrutaron Adán y Eva justo antes de pecar y ser expulsados, ay, del Paraíso.