Aún tengo en los ojos la escena en que un indigente se arranca los dientes a pedradas por unos pocos euros: veinte euros por diente. Esta escena me acompañará mucho tiempo. Es posible que, dentro de veinte años, cuando ordene mi biblioteca y me encuentre con Malasanta, de Antonio Tocornal, gaditano afincado en Mallorca, vuelva a revivirla. Es terrible. Me refiero a la escena, no al hecho de recordarla veinte años después. Eso es magnífico.
Eso es lo que buscamos todos los que escribimos: que nuestras historias no mueran, que al menos una parte de ellas perviva en los lectores. Malasanta lo hace, pervive. ¿La historia de una prostituta? No solo eso. Es algo así como el reverso oscuro de la historia de un país que podría ser España, que podría ser cualquier país. Un museo de los horrores, un paseo por el lado salvaje y podrido de la vida. Un paseo no exento de humor y ternura –una ternura enfermiza, pero ternura al fin y al cabo–, de denuncia y sabiduría narrativa. Para no perdérsela.