Los políticos suelen tener una idea de los regadíos aproximadamente parecida a la que yo tengo acerca de la neurocirugía. Da lo mismo que sean políticos de derecha o de izquierda. A José María Aznar le sorprendió que saltaran a las calles de Zaragoza cerca de medio millón de personas protestando por el trasvase de las aguas del Ebro. A Teresa Ribera, que no ha intercambiado ni una palabra con los regantes de Murcia o de Valencia, y sólo ha hablado con los políticos de su ideología, puede que se sorprenda también de las protestas por las medidas del trasvase Tajo-Segura. El problema de los políticos es que abundan los talibanes. Los talibanes trasvasadores serían partidarios de que los ríos no llevaran ni una gota de agua a las orillas del mar, y los talibanes ecológicos, como Teresa Ribera, creen que la ecología es dejar a la Naturaleza a su aire, y por ellos no existirían, ni los embalses, ni los trasvases, ni las centrales hidroeléctricas.
Las protestas de los castellano-manchegos tienen sus argumentos, porque hubo un tiempo en que Murcia –una autonomía con escasez de agua– era la que poseía el porcentaje más alto de campos de golf, y ya sabemos la cantidad de agua que necesita un campo de golf. Y las protestas de murcianos y valencianos también tienen su base razonable, porque su clima, con agua, permite una producción de productos que no se podrían obtener en lugares con abundante agua, pero con un clima continental. Y ese desequilibrio se puede solucionar hablando con los interesados, estudiando las posibilidades. Ya sabemos que es imposible cultivar naranjas en Toledo, pero sería un abuso emplear el agua del Tajo que pasa por Toledo para llenar las piscinas de las urbanizaciones alicantinas o murcianas. Habría que recordar que es un disparate que no llegue al mar ni una gota de los ríos, y el mismo disparate dejar de aprovechar al máximo un bien tan escaso como el agua, que no es propiedad de nadie.