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Las memorias de Harry

| Palma |

Me gustan los ingleses porque tienen una monarquía que da mucho juego. En los últimos años, la reina poseía el secreto de la eterna juventud, ha habido amores sonados con plebeyas y flirteos con el régimen nazi, divorcios, una princesa a la que le hacían helados de gamba, amantes e incluso filtraciones telefónicas de notable mal gusto por parte del actual monarca británico.

Me gusta su monarquía porque la exhibición pública a la que está sometida es brutal, alejada del secretismo de la institución española, que lo arregla todo mandando a los díscolos –ese emérito amigo de las cacerías, las regatas y los campamentos y ese niñato de nombre pluricompuesto– al desierto.

En mi pueblo, en solo dos días, se han vendido 18 ejemplares de la biografía de Harry, y hay reservas, me cuentan. El chico domina bien esto de la publicidad. ¿Se imaginan lo divertida que sería la de Froilán y la su hermana o la de las infantas? ¿A qué esperan?

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