Diría que semanalmente o incluso con menor periodicidad podríamos preguntarnos si la política actual falta el respeto a nuestra inteligencia. Ya no sabemos si nuestros políticos nos consideran tontos o bien si ellos están tan atontados y alejados de la realidad que son capaces de creerse las bondades de sus mentiras y maniobras electoralistas. No quiero pensar que dicho trato y estrategia puedan ser aceptadas por la mayoría pues sería condenarnos a ser una sociedad que se acostumbra a lo fácil y, además, últimamente a lo gratuito. Optar por ello tiene grandes peligros y nuestros dirigentes deberían valorar que a medio o largo plazo este tipo de dinámicas van a ser un polvorín cuya explosión tiene un alcance inconcebible. Cualquier persona con sentido común entiende que no hay nada gratis y que todo se termina pagando. Me molestan mucho, por lo tanto, estas campañas de bonos y de gratuidad y que no están explicando el coste que realmente tienen y cómo se van a sufragar.
Hemos superado el asfaltado de calles que caracterizaba las semanas previas a las elecciones locales y autonómicas. La modernidad ha sabido dirigir de mejor manera la compra de votos y ha buscado en sus caladeros aquellos núcleos de población que tal vez sean menos exigentes con el futuro de la sociedad balear. Las maniobras son claras y consolidan a los conseguidores profesionales de ayudas frente a los que pagarán sin recibir nada a cambio. Parece claro donde hay un mayor rédito electoral, pero cargarse a los segundos implica hipotecar las políticas en positivo que tarde o temprano deberán impulsarse y lanzarse. Esta cultura del subsidio no puede durar demasiado tiempo, los políticos son magos del discurso y las falacias pero no de la gestión y está claro que lo presente es absolutamente insostenible. Desde los conciertos gratuitos a los billetes de bus que siguen sin provocar un descenso del tráfico en Palma. Porque lo que debemos buscar es solucionar problemas estructurales y apostar por invertir donde el sector público debe ser fuerte y resulta imprescindible. El intervencionismo atroz que estamos viviendo también tiene efectos nocivos y ello también hará mella en la sociedad. Todo lo que está pasando tampoco tiene en cuenta a los profesionales y empresarios que en sus entornos luchan por subsistir en un océano de asfixiantes impuestos.
Un nuevo paradigma está muy lejos de esta cultura del no esfuerzo y del compromiso volátil que se compra y que puede ir en contra del interés general. No olvidemos que al final solo cuenta el interés de las urnas para procurar mantener un poder que emborracha cuando no sabe dosificarse. El ciclo puede imponer una inminente transformación y de ser así al menos cambiarán los nombres que ahora nos provocan bochorno por otros que terminarán haciéndolo dentro de cuatro u otros ocho años. Lo malo termina copiándose y nuestros representantes son un claro ejemplo. Ya toca dar el paso y hacernos responsables.