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Un patriotismo trasnochado

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Un defecto que con demasiada frecuencia me entorpece es mi excesivo rigor porque es indudable que el rigor limita sobremanera la función. Y si esa función es intelectual, se pueden perder hallazgos que con más tolerancia se hubiesen aprovechado. Esta autocensura me viene a la mente porque me escandalizo mucho con el patriotismo español. Y no se debe solo a mi aversión generalizada por el partidismo, sino a que al patriotismo español lo veo siempre con una carencia de rigor objetivo que me aterra. El pasado 6 de noviembre, El País publicó unas declaraciones del exministro Barrionuevo que pueden dejar anonadado al ser más insensible. Este personaje, entre otras muchas barbaridades, declaró sin sonrojarse que bajo su mandato los escuadrones de los GAL, durante la década de los ochenta del siglo pasado, asesinaron a 27 personas en el País Vasco. Si no se arrepiente, debe entenderse que lo siente como un mérito. Además, ante estas barbaridades, cuesta entender la mente de sus compatriotas que no solamente no rajan abochornados su carnet patriótico, sino que además lo consideran tolerable. Parece que para los patriotas españoles matar a un crítico con España es una patriótica virtud. Esto es una degradación que me impide, a pesar de sus posibles méritos, sentir el más mínimo afecto por este Estado subyugador.

Lo dicho es muy grave, pero desgraciadamente el tema no acaba aquí, porque últimamente a Felipe González se le está considerando como el modélico ejecutor de la Transición. Y precisamente González en los tiempos de los GAL era el presidente del Gobierno desde el cual Barrionuevo, sin pesar ni remordimiento, dirigía los escuadrones mortíferos. Por lo cual, con rigor, a González como mínimo deberíamos calificarlo al mismo nivel que al ministro, porque seguro que éste no hizo nada sin la aquiescencia de aquél.

Lo grave de este país es que se ve que la ciudadanía cogió tal melopea en la boda de Isabel y Fernando que incluso cinco siglos más tarde todavía una gran mayoría es incapaz de superar aquella resaca; y su patriotismo, por falta de evolución en su método, sigue trasnochado sin poder evolucionar ni un ápice. Parece confirmarse que la gran sensatez que les queda a muchos españoles es que todo vale para salvar su «gloriosa» procedencia. No se puede obviar que la clarividencia que no se ha recobrado es precisamente la que habría podido proporcionar un talante más cabal. En cambio, lo que provoca su vetusto patriotismo no solamente se ha conservado, sino que parece que necesita evidenciarlo con gran decisión y sin el menor remordimiento.

Observado con objetividad, hoy resulta muy difícil de entender la estructura mental del patriotismo español. Es posible que solo pueda discernirse admitiendo que este Estado, a sus súbditos, aunque sea con dificultades, les puede dar trabajo y regocijo, pero que es incapaz de otorgarles bienes interiores profundos capaces de hacerles evolucionar hacia la formación de una mente actualizada. Por lo cual necesitan gratificarse con actitudes de pasados trasnochados, aunque hoy ya resulten universalmente inadmisibles y penadas gracias a disposiciones posteriores. Este comportamiento, además de retrógrado, resulta sin lugar a dudas claramente obsceno. Lo más grave, incluso repugnante, es que en el pueblo español persista tan extendido ese talante que debería ser rígidamente evitado, porque por muy patriótico que se considere resulta inevitablemente disparatado. Por esto, en este Estado, las únicas opciones políticas acomodadas son las independentistas, las demás están fuera de la actualidad.

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