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Qué fue de la posteridad

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Desde siempre, ciertos individuos muy meritorios o protagonistas de hechos históricos, en lugar de morirse como todo el mundo, pasaban a la posteridad. «Fulano ha pasado a la posteridad», se decía con Fulano aún de cuerpo presente, lo que era un elogio extraordinario considerando que la inmensa mayoría de gente, en análoga situación, simplemente pasaba a mejor vida, o a ninguna vida. No es que hubiese mucha diferencia, pero debido al asombroso afán de posteridad que suele aquejar a los seres humanos, muchos de ellos (filósofos, guerreros, monarcas, científicos, escritores) eran capaces de todo, incluidas las mayores barbaridades y toda clase de ardides y disparates, con tal de ganarse la posteridad. A menudo, vanidad de vanidades, más importante que la propia vida. Zelenski, por ejemplo, ya cree estar instalado en ella para siempre, lo que le otorga unos bríos formidables. Salvo que la posteridad, que se refiere a las generaciones futuras y suele ser entendida habitualmente como fama póstuma, no está claro que todavía exista, ni que vaya a existir por mucho tiempo. Creo que el poeta Baffo, veneciano muy obsceno muerto en 1798, no se fiaba de ella y redactó el epitafio «Me aguarda una posteridad de acojonado». Quizá me equivoque y esto lo dijera otro; tengo muy mala memoria para la poesía y la posteridad. Pero es igual. La cuestión es que la posteridad, muy ligada a ciertos tipos de inmortalidad simbólica, ha perdido mucha prestancia y reducido su tamaño, ya no es un lugar palaciego de brillantes luces, sino una ruina con tipos andrajosos a los que nunca se les ve la cara. Porque aunque se refiera al futuro, esa gran obsesión de la humanidad, no es exactamente el futuro. Si acaso, la gente del futuro, que al igual que la del pasado o el presente, no es algo en lo que se pueda confiar. El futuro durará para siempre, la posteridad no. Cabe imaginar miles de futuros posibles en los que la posteridad no exista, bien porque no haya gente, bien porque esa gente no se la crea. De hecho, algunos eruditos ubican el fin de posteridad allá por los días del efecto 2000, y aunque persista el afán de alcanzarla, nadie sabe qué fue de ella. Igual deberíamos cambiar de afán.

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