Hay quien para defender su visión del mundo, sus gustos o inclinaciones, ataca directamente a aquellos que ven o sienten las cosas de un modo diferente. A mí me gusta esto; si a ti no, es que eres tonto. Así se expresan más o menos. Siempre que los leo, siento un poco de lástima. Necesitan atención –quién no–, que aplaudamos sus ocurrencias. O peor: necesitan reafirmar sus gustos desde el menosprecio a los de otros. ¿Qué sentido tiene? «Todos vosotros, los que incluís digresiones extensas en vuestros relatos, estáis equivocados», dicen. O: «hay que ser muy mal escritor para insertar en los cuentos que se escriben la descripción de los sueños de los personajes». O tal vez: «Los que se empeñan en estructurar sus historias siguiendo un esquema clásico están muertos, aunque no lo sepan». No son más que ejemplos. ¿No bastaría con decir «me encantan esas novelas repletas de digresiones, o esas otras en las que el narrador nos cuenta sus sueños, o aquellas escritas al margen de la estructura clásica del relato?» Sí, ya sé, ya sé, esta manera de expresarse juega a favor del debate acalorado y, mientras se debata acaloradamente sobre algo, ese algo sigue vivo, aunque agonice. Y, por cierto, la tortilla, con cebolla. Por descontado.
Aunque agonice
Javier Cànaves | Palma |