Trato de rescatar fragmentos de la primera niñez de mi hija mayor. Recuerdo imágenes estáticas, es decir, fotografías que en su día hice. El problema es que el disco duro externo donde las almacenaba se estropeó. Miles de fotografías arrojadas a la inexistencia total. Hablo de una época previa a la Nube. En vano traté de recuperar todas esas imágenes. Recuerdo la angustia que me embargó cuando pude verificar su pérdida definitiva.
Era como si me hubiesen robado su infancia. Así de frágil es la memoria. Además, no solo perdí aquellas fotografías. En ese dispositivo guardaba los diarios que escribí –uno por año– de 2003 a 2008. Seis años de escritura arrojados por el retrete. Seis documento Word. No había copia de seguridad en ningún ordenador. Los archivos almacenados en aquel disco externo eran la copia de seguridad. Había perdido los originales años atrás, cuando extravié mi portátil.
Me sentía desamparado, como si me hubiesen extirpado una parte de mi cuerpo, un pulmón, de ahí el dolor en el pecho cada vez que pensaba en aquel asunto. Lo que no tengo claro es qué me apenaba más, si la pérdida de las fotografías o de aquellos seis años de escritura. Al final, todo es memoria y todo se pierde. Lección aprendida.