Que se apruebe por los pelos un cambio en el modelo asistencial para personas mayores y dependientes es una señal para avergonzarse. Tras muchas y duras negociaciones, diez comunidades han votado a favor (entre ellas Baleares) de la propuesta del Ministerio de Derechos Sociales y nueve han tenido la indecencia de hacerlo en contra. Siempre con la financiación como excusa. Ya tardábamos en despojarnos del anacrónico concepto de asilo para caminar hacia el de hogar colectivo, donde se atienda a los ancianos de forma digna y haya un control de calidad. Y esto exige más plazas públicas, inspecciones muy serias en residencias privadas y trabajadores cualificados y mejor pagados.
La actuación es inaplazable después de conocerse las lamentables condiciones en las que muchos mayores vivían en residencias en nuestro país, en parte reveladas por la pandemia y la brutal mortandad en soledad y desamparo sanitario. La masificación, falta de personal y cualificación y hasta maltrato ya habían sido denunciadas antes en algún programa televisivo de investigación con cámara oculta, esa indispensable aliada mediática que saca a la luz inmundicias y que el Constitucional intentó bloquear para el uso periodístico.
Algunas culturas veneran a sus ancianos, considerados sinónimo de sabiduría y experiencia, pero en muchas sociedades los longevos son tratados con desprecio. Detesto a los que no respetan a las personas mayores. Porque es indigno maltratar a un colectivo al que le debemos existencia y avances, además de demostrar una prepotencia estúpida del que actúa como si nunca fuera a cumplir años. Hace décadas que nuestra sociedad envejece: en Baleares hay censadas 202.833 ciudadanos de más de 65 años, de los que 28.774 tienen más de 85, según datos del INE.
Además de ofrecerles condiciones de habitabilidad decentes, es necesario actuar contra otras formas más sutiles de marginación. Como la que ejercen muchas empresas, como los bancos, que ignoran a los mayores con servicios digitalizados, pese a ser clientes. O como la profesional, que deja de contratar a artistas maduras, con la doble discriminación por ser mujer y de edad. O como la intelectual, que aleja a personas de vasto conocimiento y experiencia que podrían seguir aportando grandes ideas. O como la social, que aísla a ancianos y los hace verse inútiles.
La soledad y la depresión son problemas generalizados entre los mayores. El sistema debe ofrecerles alternativas para lograr su bienestar y motivación y para que todos los que sienten que no son válidos, sepan que son muy valiosos.