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La matanza de Melilla

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Cientos de improvisados héroes se hicieron tres mil kilómetros de carretera para traer a España refugiados ucranianos. Que se sepa, ninguno dio ni un paso por las decenas de personas asesinadas en Melilla, humanos desesperados que huían del hambre, de la guerra, de la dictadura y del cambio climático. Signo de los tiempos.

Europa se repartió África en 1885 a punta de lápiz, látigo y fusil. Desde entonces la explotamos y apaleamos. Mohamed VI (probablemente el monarca más rico del mundo) ha querido demostrar con entusiasmo lo agradecido que está porque Pedro Sánchez (y nadie más) haya aceptado entregar el Sáhara Occidental a Marruecos, y para ello no le tembló el pulso al ordenar una matanza de migrantes indefensos, que el Gobierno de España aplaudió (guardias civiles colaboraron en la carnicería, o al menos la permitieron; «bien resuelto», se felicitó el presidente).

Al igual que Sánchez en el Magreb, Europa se ha disparado en los dos pies y, en un ataque de locura, se ha autosancionado, mientras Putin ríe y vende más petróleo y gas que nunca, ahora a China e India, y Argelia acabará cortando el flujo de gas a España, y tal vez facilitando la emigración africana que ahora Marruecos reprime.

El Estrecho, la frontera más desigual del mundo, es un punto caliente, sinérgico. Signo de los tiempos, la matanza a los pies de la valla de Melilla –un crimen multinacional, tácito, confuso, anónimo, televisivo, impune, absurdo, casi posmoderno– condensa el espíritu de una civilización global basada en la codicia, el racismo, la explotación y la muerte. Por si faltara simbolismo, coincide en el tiempo y el espacio con la cumbre madrileña de la OTAN, donde se declaró la guerra fría a China (la que compra combustible ruso) y la guerra tibia a Rusia (la que vende los combustibles a China). En tan delicado momento para la humanidad, asolada por convulsiones sociales, epidemias mundiales, agotamiento de los recursos, escasez de energía, inflación, calentamiento global, auge de los fascismos y, en general, de todos los males propios de este tardocapitalismo agonizante, Occidente decide duplicar su gasto militar, despilfarrando en la industria de la muerte unos valiosos recursos que nos van a hacer mucha falta dentro de muy poco tiempo. Signo de los tiempos (es decir, de estupidez).

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