Hay ocasiones en las que ni siquiera el más refinado de los eufemismos pude ocultar la cruda realidad de un hecho. Un crimen de guerra quizás lo es como tal en su doble condición, por hacer posible las condiciones que se cometa y por cometerlo. Pero entramos en un campo en el que podríamos estar diletando durante demasiado tiempo. Lo que no tiene discusión es la urgencia con la que en la medida de los posible deben esclarecerse este tipo de crímenes porque al llegar la paz –y siempre acaba por llegar– haya unos que puedan mostrar se más dignos sobre la vergüenza de otros. Cuentos. Quienes han vulnerado las leyes de la guerra siempre son los vencidos, a la derrota suele añadirse la vileza, mientras el vencedor se deja estremecer por la marcha triunfal. Hoy, en Ucrania, la corriente mundial mueve una opinión contraria a Putin.
Y no es injusto que así sea, aún teniendo en cuenta que Zelenski no es un santo, como bien saben en el Donbás. Sea como fuere, en estos casos, el tiempo corre favoreciendo la impunidad de aquellos que en plena guerra cometieron todo tipo de fechorías. Es por ello que llegar rápidamente a extraer conclusiones válidas se hace imprescindible.
Y en este sentido, no ha podido dejar de llamarme la atención que las primeras ofertas brindadas al respecto por la UE apenas alcanzan los 4 millones de euros de ayuda, a los que añadir unos 50 expertos, generalmente forenses. Poca cosa. Ciñéndonos a España, se anunció el envío de una treintena de especialistas (médicos y oficiales forenses), amén de 4 millones. Limitada, y aún así, por lo visto, de las más generosas. Cuesta entenderlo.