Desde que la pandemia nos sacudió con violencia y después llegó el tenebroso panorama bélico a Europa, los gobiernos autonómicos y el central andaban como pollo sin cabeza intentando tapar las vías de agua de una economía maltrecha desde la crisis de 2008. Y eso con las alforjas más vacías que nunca tras el forzado parón vírico. Han pasado casi cincuenta años desde que entró la democracia en España y ninguno de los gobiernos que hemos tenido ha conseguido enderezar la economía de esta supuesta nación europea del siglo XXI, que en muchos sectores arrastra problemas propios del XIX.
Por eso, ahora, la anunciada lluvia de millones procedentes de Europa ha provocado euforia en los que mandan, que no paran de hacer planes al más puro estilo del cuento de la lechera. La mayoría no son más que parches, en forma de ayudas sociales puntuales a distintos colectivos desfavorecidos, para que consigan respirar cuando están a punto de ahogarse. Un derroche de dinero que no solucionará nada.
Lo típico. Sin embargo, Pedro Sánchez –o sus asesores– ha tenido una buena idea, la de implantar en España una fábrica de microchips, elemento básico para toda la industria contemporánea. No será fácil, barato ni rápido, pero será rentable. Una rareza en esta clase política que padecemos, el pensar a medio y largo plazo. Once mil millones para empezar es lo que el presidente promete, no está mal. Ahora habrá que ver si entre la población española encuentra operarios especializados como para trabajar en este tipo de instalación. Son escasas precisamente por lo difícil que es sacarlas adelante.