De que Hollywood ha sido siempre una fábrica de sueños, eso todo el mundo lo entiende, pero a veces los sueños se convierten en pesadillas y eso es lo que debió suceder en la última gala de los Óscar. Todo parecía ir de la forma acostumbrada, sonrisas profident, carcajadas en lata, aplausos entre gasas, tules y smokings, hasta que llegó Will Smith y nos despertó a todos del letargo. La soporífera velada despertó como de un mal sueño y con el fuerte sonido de un cachetazo, despertó incluso al mismísimo Jack Nicholson y hasta Johnny Deep dio un brinco en el respaldo de su asiento de platea. Y es que el humorista de la noche, el tal Chris Rock, se pasó de la raya y se burló de la esposa de Willy Smith, metiéndose con la alopecia de ésta. El Chris Rock, que fue quien le metió los cuernos en sus inicios durante la época post el principe de Bel Air, no contento con habérselos puesto al bueno de Will, se burló en su cara. Pero todo hombre tiene un límite, y eso fue la gota que colmó el vaso.
Will Smith se acercó a la tribuna del orador chistoso y, como quien no quiere la cosa, le lanzó un guantazo con la mano abierta que Chris Rock encajó con cierta profesionalidad. A partir de hoy, repartir leña dejará de llamarse «así te voy a dar un guantazo, o una ostia, «o un «golpe en toda tu puta cara». A partir de ahora lo llamaremos: «te voy a meter un Will Smith».
Pero ya no es sólo Hollywood quien está en decadencia, sino todos aquellos que tachan a Willy Smith de machista, de violento, de chulo putas y demás pendejadas que me recuerdan a todo eso que odio, lo políticamente correcto. Más de una pava o gachí, como decía mi admirado Henry Miller, conozco que hubieran querido para sí, tener a un hombre que las protegiera del acoso, la burla y el repelente machismo de esos que les palpan el trasero, aprovechando una multitud durante un concierto, o una metida de mano en el autobús. Pero siempre estarán las que dirán no a la violencia o nos sabemos defender nosotras mismas. Viva Hollywood y sus trampas.