Conservo muchos amigos en la plantilla de IB3, el ente público de la radio y televisión balear. Con algunos tengo relación desde hace décadas, cuando yo era reportero; a otros los conocí en las primeras contrataciones del ente, en las que yo tuve parte y, finalmente, con los más jóvenes trabé relación cuando estudiaban periodismo o comunicación audiovisual. Por un motivo u otro, me mantienen al tanto de cómo está el ente, especialmente de cómo se sienten, que en cierta forma es lo único importante.
Hará una semana, uno de estos conocidos, completamente desesperado, me invitó a un café para comentarme el nivel al que se está llegando. Me explicó una larga lista de disparates, injusticias, abusos y desmanes de los que es testigo. Lo escuché, pero no pude ofrecerle mucha ayuda porque yo pienso que por el diseño de la propia organización, IB3 nunca va a cambiar. Al menos, no a mejor. Le dije que tiene dos opciones: o se aísla en una caparazón blindada e impermeable que le permita ser totalmente insensible a lo que le rodea, lo cual no es nada fácil, o abandona el trabajo y se olvida de la posibilidad de un salario de por vida, con garantía de estabilidad. A veces uno ha de valorar si le compensa más una nómina garantizada pero con una vida amargada, o la selva de la vida pero con la posibilidad de ser feliz, lo cual tampoco está asegurado.
Yo pienso que IB3, como muchas otras organizaciones, sobre todo públicas, está condenada a ser un caos de rencillas, odios, venganzas, recelos y tensiones. Ocurre porque no existen objetivos, ni metas, ni equipos orientados a cumplirlos. Cuando se pierden los referentes habituales –ganar dinero, producir calidad, buscar lo original, sorprender, conseguir audiencia–, cuando las metas se diluyen y el mérito del trabajo bien hecho ya no cuenta, entonces el amiguismo, la adulación y el baboseo ocupan su lugar. Es cuando progresan los que tienen amigos y conocidos, los que comercian con las influencias, los que no tienen escrúpulos, los que atienden a los que mandan, que casi siempre son los menos profesionales, los menos valiosos, los peores compañeros. En una organización así, la función esencial, la primaria, la que justifica su existencia, está olvidada. La máquina tritura a los que aún tienen dignidad y desearían otra cosa. Ya da igual quién mande y que planes tenga, si los tiene, porque lo único posible es sobrevivir. Al final sólo cuenta la nómina. Ya ni siquiera importa cuán sectaria sea la televisión que se haga. Basta ver la ola de ceses que se viene, tan incomprensibles como las renovaciones. ¿Qué mensaje se manda a la plantilla? Ni siquiera los serviles sobreviven.
Este caos es el fruto de la ausencia de controles. O de contrapesos. El Parlament no controla IB3 porque los gobiernos no obedecen a las mayorías sino que, al revés, el Ejecutivo manda en la Cámara, por lo cual los diputados, ansiosos de garantizarse su asiento, se limitan a aplaudir a quienes deberían controlar. Por eso se llegó a cambiar la ley audiovisual para elegir a la dirección del ente sin cortapisas o por eso, once años después, seguimos sin un Consell Audiovisual que estos partidos y diputados defendieron con vehemencia. El ente público tiene órganos colegiados para vigilar o asesorar, pero sus integrantes, salvo algún despistado de buena fe, saben que han sido designados para simular que trabajan, y que nadie quiere que abran la boca. Por eso casi todos ellos o sus allegados viven de IB3. Conocí perfectamente cómo funcionaban estos órganos cuando gobernaba la derecha, alguno de cuyos integrantes destacaba por su nivel cósmico de ignorancia, y también cómo operan ahora, con la izquierda: esencialmente son un calco, un insulto a la inteligencia, a la democracia, a la dignidad. Entre unos y otros sólo cambia el vocabulario, los significantes, no el fondo, la sustancia.
Cuando todo se limita a ir de rueda de prensa en rueda de prensa, cuando la escaleta la hacen las consellerias, sólo sobrevive la intriga, las presiones, las influencias, el mal ambiente. A ese nivel ha llegado un ente público a cuyo frente han estado todos los partidos políticos, sin que se haya percibido el menor cambio, la menor diferencia. Mañana va a estar peor que hoy y hoy peor que ayer. A más antiguo el recuerdo, mejor la impresión. Con los años, han cambiado los adulados, pero no la práctica deleznable. Y a veces ni siquiera cambian los aduladores. Todo resulta lógico en un ente que ya nació mal: el modelo había muerto cuando IB3 empezó a emitir. Lo demás es consecuencia de estar gobernado por cínicos no demócratas.