L a idea de que el gallego Alberto Núñez Feijóo opte a la presidencia del Gobierno de la nación me inquieta. Es uno de esos animales políticos a los que no se les conoce otro desempeño, talento o habilidad que la de ocupar puestos públicos desde la juventud hasta escalar a la posición que disfruta actualmente, desde 2009. Ese perfil abunda en nuestra clase política y sus resultados suelen ser pírricos, más centrados muchas veces en colocar a amics i coneguts que en solventar los problemas del pueblo.
Como en este tipo de cuestiones nunca hay que dejarse llevar por los dimes y diretes, ni en si uno es más guapo o me cae mejor que el otro, recurriré a la estadística, que suele ser un reflejo bastante fiel de la realidad. Trece años al frente de una comunidad autónoma dan para mucho. Pero, ay, Galicia tiene casi el triple de población que Balears y no llega a producir el doble de riqueza. Mal asunto, especialmente porque la nuestra también va de capa caída. Eso se traduce en que sus habitantes disponen de una renta per cápita modesta, a pesar de la industria pesquera, naval, automovilística y textil. Es decir, el alto desarrollo esperable en una región europea en pleno siglo XXI no ha llegado a una zona tradicionalmente condenada a la emigración.
Si Feijóo no ha logrado que su Galicia natal despegue, dudo mucho que sea capaz de comandar a un país como España, con los enormes problemas y desafíos que presenta, casi irresolubles. Cuestión aparte son aquellas oscuras relaciones que en su día salpicaron la reputación del político al que fotografiaron con el narcotraficante y contrabandista Marcial Dorado en su yate. Lo dicho, no me fío.