E l primer paso conceptual se efectuó desde hace algún tiempo y consistió en lo siguiente: el punto esencial en el tema de la pederastia es la víctima del abuso. En la mentalidad del común de los mortales se mantiene ya como incuestionable que todo abuso debe plantearse desde la herida de la víctima. Ahora, va verificándose lo que ya se percibe como el segundo paso en la cuestión planteada: por «víctimas» no debe entenderse «unas víctimas» sino «todas las víctimas».
El interrogante que abrió este frente fue: ¿cómo lo estará pasando aquella parte de víctimas que, constituyendo la mayor parte de ellas, experimenta que merece una menor atención? ¿Cómo no estará indignada si, sufriendo el mismo daño que las otras, se las orilla? Ya muchos advierten que incluir unas víctimas y excluir otras constituye, por parcial, un modus operandi sospechoso.
Por idéntico abuso y por idéntico daño no hay víctimas de primera y de segunda. De lo cual se deriva que, además de políticamente sospechosa, resulta conceptualmente arbitraria toda comisión que, en su investigación, sustituya el todo por la parte. Más arbitraria aún hubiera resultado si la decisión de investigar una parte de los abusos proviniera de unas Cortes que, por definición, debe atender el interés general: el de todos, y el de todos por igual.