La guerra de Ucrania es la crónica de un nuevo genocidio que incluirá un magnicidio si Europa y Estados Unidos no encuentran una estrategia que frene la locura de Putin. Zelenski, ese presidente que ahora mismo todos querríamos, ha sobrevivido ya a tres intentos de asesinato, una suerte que será difícil de sortear en pleno conflicto bélico, con sicarios azuzados y premiados por lograr su cabeza. Porque los edificios iluminados con los colores de la bandera ucraniana trasladan una hermosa solidaridad, pero no frenan ninguna muerte. Y lo peor es que no pasará nada frente al exterminio. Nadie se atreverá a juzgar a Putin por los miles de muertos inocentes, entre ellos niños, que han sido víctimas de su barbarie.
Las sanciones son necesarias, pero no suficientes. Claro que debemos enviar armas a Ucrania, y aviones, y todo lo que les permita defenderse, ya que la amenaza nuclear y la consideración de declaración de guerra contra cualquier país que delimite un espacio de exclusión aérea nos deja atados de pies y manos. Nunca se dio más sentido a la paradoja de anunciar un rearme para blindar la paz. Y eso es lo que ha hecho el canciller Scholz, logrando incluso la comprensión de los pacifistas Verdes, a quienes esta guerra les da la razón sobre la necesidad de una urgente transición energética que nos libere de la dependencia del petróleo y el gas rusos.
Ha sido valiente que Estados Unidos y Reino Unido acaten la petición del presidente ucraniano y dejen de comprar petróleo a Rusia. Es un golpe importante para sumar a las sanciones y huidas de capital, aunque los efectos de ellas los sufrirá realmente la población rusa, amordazada y sometida desde hace lustros. En un sistema corrupto y corrompido que no deja espacio para la libertad, ni siquiera de expresión, capaz de detener a una octogenaria que se manifiesta en silencio y con un pacifismo modélico por una guerra que no es suya. Ni de tantos y tantos rusos.
Los efectos los sufriremos también en otros países. Pero a la población de a pie no nos importará el sacrificio si hay merma de dolor del pueblo ucraniano. Sabiendo, además, que su ataque es un ataque hacia todos los logros conseguidos por los que dejaron su piel por afianzar nuestra libertad y nuestros derechos. La solidaridad desde Baleares está siendo abrumadora. Seamos realistas. El único desenlace deseable es el de una película en la que muere el malo. Y esto sólo sería posible con la traición heroica de algún colaborador próximo avergonzado ante la perversidad y la tragedia. Un cobarde reconvertido al que no le importe dar su propia vida para salvar la de sus compatriotas y quizá a la humanidad de una Tercera Guerra Mundial. Gloria a los que luchan por nuestras libertades.