En política todo está inventado. Cuando a un gobernante le desbordan los problemas la salida más fácil es crear una cortina de humo. Inventar un enemigo para desviar la atención del personal. Es la especialidad de Andrés Manuel López Obrador, presidente de Méjico. Lo mezcla todo pero habla poco de los problemas reales que padecen los mejicanos. Méjico, ocupa el primer puesto en el ránquing mundial de crímenes: 32.759 asesinatos en el año 2020; tienen, también, uno de los índices más lacerantes de pobreza y la emigración hacia los EEUU es la única salida para cientos de miles de mejicanos que intentan a diario cruzar la frontera.
Por no hablar de que el país es un paraíso para los cárteles del narcotráfico. De eso AMLO –el acrónimo por el que se conoce a López Obrador–, habla poco. Chuta balones fuera. Uno de sus temas recurrentes consiste en atacar a España. Ha llegado a reclamar que el rey Felipe VI pida perdón por la Conquista, por hechos acaecidos hace quinientos años. Nunca se le ha escuchado decir nada acerca del canibalismo ritual que practicaban los aztecas –cuyas víctimas preferidas eran sus vecinos de otras etnias indígenas. Una práctica que desapareció tras la llegada de Hernán Cortés. López Obrador es un demagogo superado por los problemas que tiene Méjico.
Prefiere lanzar soflamas contra el colonialismo aunque hace más de 200 años que Méjico consiguió su independencia. Tiempo, pues, han tenido para corregir los pretendidos males derivados de la presencia española. La última andanada ha consistido en pedir «un respiro», una «pausa», en las relaciones entre Méjico y España. Le gustaría que «tardaramos» en restablecer unas buenas relaciones. La soflama venia rebozada de acusaciones muy graves contra las empresas españolas que operan desde hace muchos en Méjico y que según él operan en el país como «tierra de conquista» y se dedican a saquearlo.