La mayoría de los llocs o posesiones del campo menorquín están ya en manos extranjeras. Debe de ser la última dominación. Ya se sabe que nuestras Islas han sido tierra de paso para muchas civilizaciones y ya ha llegado la de los comerciantes turísticos cuya intención primordial es constituir hoteles rurales y atraer el turismo caro que no solía asomar por aquí. En ese sentido supongo que habrá mucho por hacer, que no basta con establecer habitaciones con vistas, piscinas de lujo y restaurantes caros. Supongo que habrá mucho por hacer y que se tendrá que promocionar también la cultura autóctona, el legado talayótico, la historia ‘aborigen', la nostalgia de la industria no turística, la presencia de una lengua diferente del ‘español' –epañó– y del inglés –inglé– a menudo maltratados por camareros capaces de decir stick tartare –garrote tártaro– en lugar de steak tartare –filete tártaro. Los nuevos terratenientes pueden ignorar hasta las sutilezas de su oficio.
Ahí es donde entran los payeses de los llocs –fincas– convertidos en hoteles rurales. Suelen tener los días contados, y con ellos el ganado y la explotación agrícola. Tradicionalmente, los payeses vienen trabajando el campo en régimen de usufructo, pero en las nuevas explotaciones rurales no tienen nada que usufructuar. La agricultura en Menorca es mayormente de secano, porque la tierra es pobre y en algunos tramos más que tierra es un pedregal. Para este tipo de terreno lo ideal era amontonar las piedras en cercas de pared seca y dejar pastar el ganado dentro de las parcelas o tanques.
¿Pero qué hotel rural puede permitirse amenizar las veladas con mugidos de vacas y bueyes, balidos de ovejas, cacareos de gallinas, cantos de gallos, ladridos de perros, rebuznos de asnos, etc. y perfumar el ambiente con el fascinante olor de los excrementos? Ninguno. Lo del campo tradicional está muy bien en unas cuantas fotos de época bien enmarcadas, unos cuantos aperos de labranza bien imitados –que quedan muy monos– y cuatro explicaciones folklóricas. Y para el payés y familia la consecuente rescisión del contrato.