Pablo Casado y su pie izquierdo, Teodoro García, han diseñado este año político para que les sitúe a las puertas de la Moncloa cuando periclite. Allá por diciembre confían en gozar ya de la inevitabilidad demoscópica de su victoria. Es decir, que todos los sondeos -excepto, por supuesto, el del Centro de Intereses Socialistas (CIS) – reflejen que la intención de voto al PP supondrá un número de diputados mayor del que ahora tiene el PSOE y que con un Vox en posición obligada de genuflexión sumen muy por encima de los 176 diputados que dan la mayoría absoluta.
Deben suponer que si así fuera ya no habría marcha atrás posible y que encararían el año electoral, 2023, con razonable seguridad de victoria. Y sí, si consiguen doblegar las encuestas y que todas vayan en la misma dirección, dejando atrás de manera clara al PSOE y a la suma del bloque de izquierdas, sería del todo razonable pensar que tendrían razón y que hubiéramos entrado en la susodicha inevitabilidad demoscópica. Es decir, cuando la previsión a relativamente escaso tiempo de las urnas es tan contundente y masiva que pensar en un cambio de tendencia resulta tan difícil como que parece imposible y por ello mismo acaba convirtiéndose en efecto en imposible. Por ejemplo, es lo que ocurrió con los sondeos sobre las siguientes futuras elecciones durante el desastre del segundo Gobierno de José Luis Rodríguez, el Zapatero. Que todos coincidían: el PSOE se la iba a pegar y el PP arrasaría. Y esto aún antes de saberse cuándo se convocarían las urnas. Existía esa inevitabilidad demoscópica que en el momento en el que el presidente fallido anunció las futuras elecciones las encuestas se convirtieron de hecho en intensificadores de la voluntad social de cambio. Y así fue: Mariano Rajoy arrasó como nunca lo había imaginado el PP. Como aquí, por cierto, hizo el PP, con un José Ramón Bauzá creyéndose, el pobre, que era a él debido, y así pasó todo lo que pasó luego. Pero en fin, es otra historia.
La cuestión, volviendo a Casado, es que es meridiana su intención de provocar durante este año esa inevitabilidad demoscópica en su futura victoria. Diferentes hitos han sido diseñados para logarlo. Ya se sabe: las elecciones anticipadas en Castilla y León y las ídem andaluzas. Con el congreso del PP entremedias.
Lo del congreso será un paseo, como suelen ser estas ocasiones. Las primeras urnas, en febrero, se da por hecho que van a ser muy dulces para el PP. La única incógnita es saber cuál será la aportación de Vox a la apabullante mayoría de las derechas. Respecto a las andaluzas, que no se sabe cuándo se convocarán, la victoria no está tan cantada. Existen dudas. Porque, no se olvide, es un feudo socialista. Todavía hoy es uno de los grandes territorios de aporte de voto al PSOE de toda España, pase lo que pase -incluida la brutal corrupción en sus gobiernos regionales – y por esto mismo tiene mayor valor -a efectos de imaginar un cambio en el ámbito nacional – que lo que ocurra en febrero en Castilla y León.
Si Casado y su pie izquierdo son capaces de acabar el año rubricándolo con una victoria en Andalucía -esto sería: seguir gobernando – entonces sí que sin duda alguna podrían aspirar a consolidar la inevitabilidad demoscópica. Quedaría muy poco tiempo -menos de un año – para que el PSOE pudiera rectificar la tendencia que se habría ido creando en un lapso mayor del que restaría hasta las urnas, por tanto sería casi imposible que la pudiera cambiar, de hecho más probable sería que a lo largo de 2023 la referida inevitabilidad demoscópica funcionara al estilo de los tiempos de Zapatero. En cuyo caso lo más inteligente para Pedro Sánchez sería avanzar elecciones.
Veremos qué ocurre este año. De momento se ha iniciado con la certeza de que será, en un sentido u otro, el de Casado.