La incertidumbre y el azar se hallan presentes en la cosmología económica; esto se contradice con los preceptos de la utilidad del consumidor, de la simetría de la información –que impediría los altibajos inherentes al azar y a los fenómenos caóticos– y del encuentro armonioso de familias y empresas en los mercados. Al mismo tiempo, otro elemento es considerado determinante: el tecnológico. Éste aparece en los modelos económicos más divulgados –y exigidos en buena parte de las investigaciones en economía– de manera acrítica. Es algo esperado que será capaz de resolver, casi sin discusión, cualquier reto que nos planteemos, incluyendo el relevo de recursos naturales.
En los medios de comunicación aparecen artículos firmados por académicos que van en esa dirección optimista. Se habla de una economía de la abundancia, donde la escasez desaparecería gracias al impulso de la ciencia y de la tecnología. Los ejemplos que suelen argüirse son variados: la obtención de energía limpia, el desarrollo de las renovables, supondría, según tales previsiones, un mundo de energía infinita a coste casi cero. La síntesis artificial de alimentos constituye otro campo en dicho avance: la generación de comida infinita, creada en laboratorio, a partir de células madre y a costes decrecientes; esto afectaría igualmente a la producción de carne sintética creada sin animales. Esta confianza acrítica, absoluta, en los progresos técnicos elude el funcionamiento de los principios físicos de la termodinámica, toda vez que para obtener la mayor cantidad posible de energía solar se van a necesitar importantes stocks de capital cuya generación va a requerir el consumo de la energía convencional en sus primeros estadios. Alerta con esto.
La filosofía que impregna estas ideas proviene de los discursos más asimilados por la economía académica, bajo dos preceptos: la existencia de recursos infinitos; y lo que se ha venido a calificar como teorías energéticas del valor, es decir, la tesis de que el desarrollo científico proporcionará toda la energía necesaria para reciclar, de forma que el ambiente seguirá siendo natural y sustentará el crecimiento económico continuo. Se concluye que los materiales no son ni serán un problema, toda vez que pueden ser reciclados por mucho que se disipen. Es el «dogma energético» criticado por el gran economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen; a su vez, señala que lo que caracteriza a un sistema económico son sus instituciones y no la tecnología que utiliza.
Los preceptos de circularidad en economía descansa en una visión holística de la economía. El economista, el ingeniero, el geógrafo, el físico, el químico, el biólogo, el sociólogo, el historiador… diferentes especialidades para trabajar, conjuntamente, para un fin común, aportando cada una de esas parcelas factores esenciales para explicar el ‘todo', holísticamente. La economía circular no puede ser, entonces, un puro eslogan que queda bien. Si se quiere trabajar científicamente bajo esa denominación, el esfuerzo deberá ser comunitario, compartido, colaborativo. He aquí el gran reto, el desafío a encarar.