Si queremos mejorar la situación política de nuestro Estado, tendremos que recuperar nuestra capacidad crítica hacia nosotros mismos y hacia los demás. Con eso no propongo nada raro… aunque sé que a muchas personas, con los años, se les ha atrofiado tal capacidad. ¿Cómo ha sucedido? Pues que los seres humanos somos unos animales de costumbres y que, además, nos da pereza complicarnos la vida con difíciles reflexiones.
Así que al final nos parece mejor seguir con lo que hacíamos y dejarnos llevar por aquellos que nos hacen creer –o nos lo creemos y punto– que son más listos que nosotros y que, por lo tanto, tienen derecho a conducir nuestras existencias que, sonrientes, ponemos en sus manos. Les votamos y ya está. Y nuestros líderes en todo lo que dicen van bien, y los de los otros partidos mal. Y desde ahí parece que todo ha quedado dicho… cuando la verdad es que solo ha hablado uno y no ha habido diálogo sino solo una aceptación a ojos cerrados. Y eso que escribo no sucede solo en España, sino en toda Europa.
Creo que el espíritu de muchos europeos ha perdido aquella libertad que surge de la capacidad de pensar por ti mismo sin cederle a nadie este derecho. Eso, esa falta de criticidad, al final, es la que permite que los jefes de los partidos políticos hagan lo que les dé la gana: no cumplan con lo prometido en sus programas electorales, hagan políticas que en estos habían negado que harían, compren votos de sus enemigos, mientan, etc, y se les siga votando. Los jefes de los partidos a ese seguidismo de pena o tomadura de pelo, lo llaman fidelidad. Y así íbamos y seguimos yendo, y luego los de un partido se preguntan ¿cómo puede haber llegado a lo alto del poder un señor como el que está en el otro partido? Y en el otro partido se preguntan lo mismo. Pues bien: ha llegado porque la democracia exige, para ser cierta, que los ciudadanos de a pie no perdamos la capacidad crítica con nosotros mismos ni con los demás… que no que perdamos la libertad de pensamiento, esa que acabó con el derecho de pernada y de la que debe surgir la auténtica democracia, esa que, si la recuperásemos, conseguiríamos que los altos cargos políticos estuvieran en manos de gente más verdadera, preparada y honesta.