Porque antes sí nos querían, pero ya no. ¿Habrán cambiado las circunstancias? ¿Habré cambiado yo? ¿Habrán cambiado ellos? Cosa pasó y no me lo explico. Me refiero al doctor, al cura y al banquero.
Antes, cuatro eran las operaciones que llevaba a cabo el médico de capçalera de toda la vida antes de firmar su receta: te miraba, te escuchaba, te auscultaba y te tocaba. Ahora, entras, el doctor suele preguntar por el número de tu DNI mientras lo teclea, mira el ordenador mientras te escucha y te entrega un papel con las indicaciones.
Antes, es rector o te recibía en casa o te visitaba en la tuya y dedicaba tiempo a tus cuitas; ahora lo ves cuando llega acelerado en coche a punto de empezar la misa o lo ves saliendo acelerado para ir a celebrar en parroquia vecina.
Antes, el director de la oficina hacía lo imposible por saludarte y meterte en su despacho y explicarte los innumerables beneficios de confiarle los ahorros; ahora, un empleado, aun no habiendo dado el segundo paso en el interior, te dice que en el exterior hay un cajero que es el único que atiende en el lugar. Como si, a excepción de los abuelitos, ningún humano dispusiera ya de tiempo para querer a su semejante.