Hace dos semanas se inauguraba la sala de exposiciones del hotel Artmadams con una muestra del artista José Luis Mesas .
Al margen de la exposición, la concurrida inauguración sirvió para que mucha gente, palmesanos y foráneos viesen con sus propios ojos la intervención que este artista ha llevado a cabo en el hotel y para que además de los medios de comunicación locales, los nacionales y los internacionales, se hiciesen de nuevo eco de la singularidad de su propuesta artística.
Pero por alguna inexplicable razón, el Ayuntamiento de Palma insiste en que la obra de Mesas debe desaparecer de la fachada del hotel.
El encaje jurídico en el que se apoya la Gerencia de Urbanismo es tan endeble que, de no existir esa razón a la que aludo, no tendría sentido que el Ayuntamiento se empeñase de manera contumaz, en destruir sin más, una obra de arte. Mucho menos cuando la valoración del mural se limita a considerarlo ‘una horterada' o a desdeñar la obra debido a los sentimientos religiosos de su autor.
Recuerden que no se trata de un edificio protegido y que si el propietario hubiese decidido demolerlo para construir uno nuevo, nadie en el Ayuntamiento se lo hubiese impedido. Como tampoco se opusieron a que aumentase su volumen o se abriesen vanos donde ni en la construcción inicial ni en las reformas posteriores, los había ¿Por qué? Porque no lo consideraban un edificio singular y hasta ahora les importaba poco quién hubiese sido su arquitecto o lo que podía representar –o no- en la historia de la arquitectura de la ciudad.
Y así nos encontramos con que, del mismo modo que los nazis quemaron miles de obras de las vanguardias artísticas del siglo XX con la justificación de que se trataba de ‘arte degenerado', o cuando los talibán destruyeron las estatuas de los Budas en Bamiyán por considerarlas obras paganas, hoy el criterio que mueve al Ayuntamiento de Palma es el de si a un funcionario la obra le parece o no hortera, como si una consideración tan subjetiva pudiese justificar la destrucción de una obra de arte.
En demasiadas ocasiones los motivos políticos, religiosos, estéticos o el rupturismo de determinadas obras, han dictado la evolución de la Historia del Arte y han condicionado que podamos seguir disfrutando de algunas de ellas, mientras que de otras queda, con suerte, el testimonio gráfico o, simplemente han quedado relegadas en el olvido.
Cuántas veces hemos leído con perplejidad que tal o cual obra que ahora mismo define una ciudad, hubo un tiempo en que estuvo en riesgo de ser demolida porque concitó el desagrado de algunas personas prominentes. La torre Eiffel sería un buen ejemplo.
Pero también, en cuántas oportunidades no hemos admirado del carácter renovador de un barrio o de una ciudad, conseguido a base de arriesgadas o no tan arriesgadas, propuestas artísticas que no se hubieran llevado a cabo sin la apuesta inicial de un visionario y el apoyo de unas autoridades dispuestas a no dejarse llevar por la medianía.
El Ayuntamiento de Palma tiene la ocasión de rectificar, de no quedar marcado para siempre como enemigo del Arte y de la Cultura. Hay vergüenzas difíciles de sobrellevar, de las que quedan en el tiempo. La de la imagen de la destrucción del mural de José Luis Mesas, sin duda sería una de ellas.