No voy a referirme al cambio de Gobierno, por lo de descuento, sino a la situación general global que, de alguna manera, inspiró al G-20 a seguir la decisión del G-7 sobre la fiscalidad del 15 por ciento global para las multinacionales. Estamos en tiempos de asumir la realidad de nuevos paradigmas y nuevas estrategias ideológicas y de gobierno.
El pasado mes de junio, el Instituto Elcano, el think tank español especializado en relaciones internacionales, remitía una entrega dedicada a China con motivo del centenario de la fundación del partido comunista chino. Hacía referencia a aspectos ideológicos, preguntándose si el modelo político chino y su éxito en cuanto a que, sacrificando libertades y democracia, ha logrado sacar a China del subdesarrollo, suponía una contestación a las democracias liberales y a si se habría terminado la superioridad moral del modo de gobierno de Occidente y si avanzamos hacia democracias autoritarias.
También La Vanguardia , que ha dedicado un monográfico a la potencia asiática, se preguntaba en un editorial, ‘El miedo a China', por cuáles serían los límites de un país dictatorial que no respeta los convenios internacionales y se muestra con la osadía de saberse un actor imprescindible e imbatible por su potencia financiera; que es acreedor de la mayor parte de la deuda del mundo y con una potencia militar incontestable en el Asia-Pacífico, pero también a escala global.
Transcribo del blog del Instituto Elcano, decía que para Armin Laschet , el sucesor de Angela Merkel , «la pregunta es: si hablamos de ‘frenar' a China, ¿nos llevará eso a un nuevo conflicto? ¿Necesitamos un nuevo adversario? Y ahí la respuesta europea es cautelosa, porque, sí, China es un competidor y un rival sistémico y tiene un modelo de sociedad diferente, pero también es un socio, sobre todo en cosas como la lucha contra el cambio climático».
Hace unos años veíamos cómo Polonia y Hungría, tras sendos procesos electorales, abrazaban los partidos de derecha dura, de ultraderecha. Dos cuñas políticas en la Unión Europea porque son estados importantes que actúan impunemente en sus políticas regresivas, animando a otras derechas nacionalistas a seguir sus pasos. En Francia, Italia y España. En estos, la ultraderecha está bien asentada. En dos ocasiones, en Francia, el partido de Marine Le Pen ha tenido chance de llegar a la presidencia de la República, y volverá a tenerla en abril de 2022. En Italia, la Liga Norte y Hermanos de Italia, las dos formaciones ultraderechista (la segunda neofascista) alcanzan el 40 por ciento en los sondeos y están por delante del Partido Democrático y el Movimiento 5 Estrellas, que se quedan con el 35 por ciento de respaldo electoral. En España ya vemos los termómetros electorales semana a semana.
En Turquía, Erdogan ha pasado de demócrata a la fuerza, para asegurarse simpatías (dineros) occidentales, a dictador, del estilo de Putin , con cambios legislativos afianzando su giro autoritario con purgas masivas (2016). De Marruecos, ¿qué decir? La autocracia del vecino del sur ya no se disimula; enfrentándose a la Unión Europea sin recato.
Todo ello nos llevará al inevitable conflicto. No sabemos en qué forma. Y aún queda por aclarar qué ha ocurrido con la pandemia, y si hubo alguna acción deliberada en los laboratorios chinos.
Ante tantos interrogantes e incertidumbres la única actitud viable es actuar con coherencia de convicciones y con decisión; porque la fortaleza de una sociedad está en que resuelva sus conflictos y desajustes con el mayor rigor y voluntad constructiva posible.
Tenemos cierta sensación de estar en tiempo de descuento hacia un final de partida.