La semana pasada, la Conselleria de Presidència balear anunciaba la aprobación por parte del Govern de un decreto para la creación de un nuevo cuerpo de seguridad de titularidad pública y autonómica, orientado al control de la pandemia. Se trata del cuerpo de agentes especiales COVID que dependerá de las alcaldías o de las policías locales y que empezará a funcionar de forma inmediata con la contratación de un grupo de opositores a la Policía Local que no consiguieron plaza en las convocatorias de los últimos años. Lo cual –qué quieres que te diga– pero a mí me suena a premio de consolación.
Tengo que reconocer que cuando me enteré de la noticia pensé que se trataba de una broma. Fue en ese momento cuando me imaginé al inspector de marras, escafandra en la cabeza y uniforme astronáutico, paseándose por las calles de nuestros pueblos y ciudades, para controlar el cumplimiento de las ordenanzas aprobadas en capítulo general y la ejecución de las restricciones provocadas por el maligno con el fin de evitar la propagación del virus. Entonces caí en la cuenta de que ahora que apenas hay restricciones, cuando la desescalada está viviendo su máximo esplendor, llegan estas nuevas autoridades. Decía el refranero popular que más vale tarde que nunca. El mismo que sostiene que nunca es tarde si la dicha es buena. En fin, que bienvenida sea la Policía COVID, aunque llegue en la prórroga para pitar el final de la pandemia.
Me parece bien que se cree este nuevo cuerpo de autoridad pública de forma urgente e inmediata. Quiero creer en la buena voluntad de sus creadores y en la misma de sus ejecutores. Quiero pensar que esta Policía COVID no va a ser una oportunidad para contratar a allegados, vecinos, amigos de la infancia y demás familia y hacer que cobren un sueldo público sin pasar por la sacristía de unas oposiciones.