Todo experimento es una opción de cambio para mejorar. Sin embargo, antes de optar por cambiar es imprescindible saber la factura a pagar por el cambio que se pretenda realizar y conocer también los frutos más o menos posibles de las transformaciones previstas, transformaciones que nunca conviene que deriven en bandazos frustrantes de consecuencias desastrosas. Alerta con los experimentos, pues, sobre todo si son sociales y puedan derivar en catástrofes criminales.
Refiriéndonos a Rusia y en la época en la que «estaban todavía en el primer entusiasmo de la experiencia comunista», John Dos Passos visitó la URSS, «cuando en el verano de 1921 hubiera sido difícil encontrar un solo excombatiente que no estuviera de acuerdo con aquel programa», un programa, el comunista, que ya entonces evidenciaba más fallos que aciertos, con terror y hambre añadidos. «No pude evitar sentir ciertos remordimientos –comenta J.D.P.– ante la excelente comida que nos fue servida –además de vodka para los brindis y los mejores vinos de Georgia– mientras los soldados (los había visto yo mismo) se desmayaban de hambre en las calles. Y al menos los soldados tenían botas. La mayor parte de la población civil iba descalza».
Al visitar Georgia J.D.P. se pregunta si «toda aquella hambre y pobreza era necesaria para la edificación de la nueva sociedad socialista o el resultado de una opresión centralizada, ignorante y falta de flexibilidad». En su obra Años inolvidables, J.D.P. se extiende largamente sobre aquel tiempo amargo en el que el pueblo soviético todavía tendría que pasar por lo peor cuando empezaran las bestialidades del incalificable Stalin con millones de víctimas inocentes, entre las que se encontraban incluso muchos comunistas.
Las decepciones con respecto a aquel ‘experimento' llegaron pronto e inmediatamente después de los entusiasmos del primer momento. J.D.P. nos cuenta sobre un inglés que conoció, casado con una rusa, «que había ido a Rusia para trabajar por la causa comunista. Ahora trataba desesperadamente de marcharse, y el marcharse se había convertido en una pesadilla. Nunca dejarían salir a su mujer».
Cuando a punto de regresar al mundo occidental, con el tren ya en marcha y empezando a moverse, y no dándole la posibilidad de responder, un comunista le pregunta a J.D.P. (que recordemos que también fue muy crítico con los fallos del sistema capitalista) si «¿está usted con nosotros o contra nosotros?». J.D.P. comenta en Años inolvidables que no respondió a lo que le pedían. «¿Cómo hubiera podido responder a aquella pregunta? Quería y admiraba al pueblo ruso. Me había fascinado su país, enorme y variado, pero cuando a la mañana siguiente crucé la frontera polaca –Polonia no era comunista entonces– me sentí como si saliera de la cárcel».
¿De qué época son todos estos comentarios del escritor americano? Pues de principios del siglo pasado. Así que entonces J.D.P. veía ya, sin cegueras de apasionamientos, lo que no llegaron a percibir entonces, ni muchos años después, tantos y tantos enfervorecidos comunistas en Europa, fueran o no considerados ‘intelectuales'. O sea, lo de siempre: que cuando alguien se empeña en ser ciego y no quiere ver, nunca ve. Y más aún: persigue, si puede, a los que mantienen los ojos abiertos.