La política ha entrado de lleno en el espacio de las redes sociales. Ya poco importan los actos multitudinarios –los mítines son una reliquia–, o los discursos al estilo Kennedy, ahora lo que cuenta es cómo se percibe a los dirigentes en el proceloso mar de las pantallas de los dispositivos.
Años atrás, los principales líderes tenían a sueldo a periodistas que daban forma a sus discursos, pero, al menos, eran aquéllos los que los leían o, en el mejor de los casos, los pronunciaban sin necesidad de mirar el papel. Incluso alguno los escribía de su propia ciencia, algo impensable a día de hoy, y más tras la llegada a la política de las víctimas de la ESO.
En el siglo XXI, los políticos no saben siquiera lo que dicen en las redes, porque no les hace puñetera falta, y probablemente también porque no son ellos los autores de sus entradas en muros y tuits. Alguien diseña cómo debería ser percibido el líder y se inventa el texto correspondiente, como si lo estuviera diciendo él.
Uno de los más activos managers del invento es el de nuestro alcalde, Jose Hila –así, sin acento–, del que sube a la red toda actividad, acompañando las fotos con un texto que lauda sus hazañas políticas.
Sucede, sin embargo, que al hombre –o a la mujer– se le va de vez en cuando la mano, como sucedió el pasado martes, cuando colgó el siguiente mensaje: «2 años como Alcalde de Palma. Con una pandemia mundial que me ha tocado gestionar. Ilusión y ganas de trabajar por mi ciudad…» y bla, bla, bla.
No sé si se han percatado, pero ahora todo encaja y cobra sentido. Palma está hecha unos zorros porque Jose Hila estaba ocupado salvando a la especie humana de la pandemia. Ni OMS, ni Ursula von der Leyen, ni Biden o Xi Xinping. Ni siquiera Sánchez o Francina Armengol. La humanidad ha confiado un asunto tan delicado como la gestión de la pandemia mundial a Jose Hila. En sus propias palabras, ‘le tocó'. Olé sus asesores de imagen. Ni los ridículos hagiógrafos de Franco se atrevían a tanto ditirambo.
Por tanto, ahora es más fácil de entender la proliferación de vertederos ilegales, la abundancia impune de pintadas vandálicas en todos los rincones, el caos en la policía local, los cadáveres urbanísticos de Cort y, en suma, este calamitoso saldo. Si Hila está ocupado ‘gestionando la pandemia mundial' tampoco le vamos a pedir que, encima, las calles estén limpias y sean seguras, o que las licencias de obras se resuelvan en plazo. Lo primero es lo primero, y la especie no podía esperar. Una estatua ecuestre es lo que merece nuestro munícipe, y no tanta crítica fascista.
Entrando en el terreno de la realidad no virtual, dudo que a Armengol le hagan gracia las estupideces cibernéticas del alcalde, porque ella sí que ha tenido que gestionar su parcelita de pandemia en nuestra comunidad. Con todas las críticas que sin duda merecen sus errores –el principal, su escasa belicosidad contra la discriminación en el reparto de vacunas–, a la presidenta no se le puede negar su dedicación y el desgaste personal sufrido, perceptible por cualquier observador atento.
No polemizo nunca con los amables lectores que tienen la gentileza de criticar –para bien o para mal– mis artículos, ni siquiera con aquellos que mantenemos con cargo al presupuesto. Hoy tampoco.