Estamos viviendo desde hace 20 años una sucesión de crisis de ámbito planetario que nos retan cada día más. Primero fue la crisis de seguridad por el atentado terrorista a las torres gemelas de nueva York en 2001. Después vino la crisis financiera del 2008-2014. Cuando todavía no habíamos salido del todo de esta última, entramos abruptamente en la actual crisis causada por la COVID. Estas crisis ocurren en el trasfondo de otra doble crisis: la energética y la climática. Éstas son más profundas y de mayor recorrido y, aunque ya eran anunciadas, tienen consecuencias que no alcanzamos ni a imaginar, como dijo el catedrático de física Antonio Turiel en su comparecencia reciente en el Senado.
En otro de nuestros estudios ya decíamos que la crisis de la COVID no permitiría una normalización del turismo hasta el 2025 o más adelante, predicción confirmada por AENA hace pocos días. Ahora vamos conociendo que la crisis energética causada por la caída de la producción del petróleo barato debido a la caída de las inversiones de las grandes empresas petrolíferas en nuevas prospecciones, puede tener un impacto relevante en el aumento de su precio en los próximos años, afectando directamente, entre otros, al sector de transporte, tanto por carretera como aéreo y marítimo. Ya son muchos los expertos de diversas instituciones publicas y privadas que auguran un escenario de escasez energética mundial de consecuencias imprevisibles y muy amenazantes para el turismo de masas del siglo XXI, muy dependiente de tarifas baratas.
Por otra parte, como reconoce un informe del Consell Econòmic i Social de Balears: «El cambio climático afectará seriamente la actividad turística y pondrá en peligro la economía balear, que fundamenta su estructura productiva en el turismo. Se espera que la variación de las condiciones atmosféricas, sobre todo de la temperatura, altere el atractivo turístico de las Balears. Si bien esto podría aumentar los días con condiciones atmosféricas aceptables para los turistas, desplazando la temporada de verano en primavera y otoño, los efectos del cambio climático sobre los ecosistemas isleños podrían incidir negativamente en la demanda turística y contrarrestar este efecto».
La combinación de la crisis sanitaria, energética y climática, va configurando un escenario muy complejo que provoca reflexiones importantes del sector turístico, como por ejemplo la de Brian Chesky , CEO de Airbnb, cuando dice que «el turismo nunca más volverá a ser igual. Es el fin del turismo como lo conocemos». O también las del Secretario General de la OMT, Zurab Pololikashvili , cuando declara: «Esta crisis nos da la oportunidad de replantearnos cómo ha de ser el sector turístico y su aportación a las personas y al planeta; la oportunidad de que, al reconstruirlo, el sector sea mejor, más sostenible, inclusivo y resiliente, y que los beneficios del turismo se repartan extensamente y de manera justa».
Y también las observaciones de la Asociación Española de Empresas Tecnológicas de Defensa, Seguridad, Aeronáutica y Espacio (TEDAE) cuando considera que «la crisis provocada por la pandemia no es coyuntural, ya que los cambios causados por la misma abocan a la industria a un nuevo modelo empresarial. Las empresas deben adaptarse, no solo a una importante reducción del tamaño del mercado, sino también a los profundos cambios producidos por el teletrabajo, el desarrollo tecnológico y la sostenibilidad medioambiental. Factores que, sin duda, afectarán a la forma de viajar para siempre.»
Así pues, parece probable que vamos a minimizar pronto la crisis sanitaria, pero se van a hacer más presentes la crisis energética y la climática, fenómenos extremadamente complejos que no tienen fácil solución a corto plazo y cuyo abordaje exige una reorientación radical de la economía de nuestras Islas. Por poner un ejemplo de medidas que sí demuestran un cambio sustancial en el enfoque: la próxima prohibición en Francia de vuelos domésticos en rutas que pueden ser cubiertas en menos de dos horas y medias en tren.
A mi entender, deberíamos repensar si el objetivo estratégico de mantener el turismo como el motor principal de nuestra economía es, a la larga, ir hacia un precipicio. Si realmente necesitamos urgentemente diversificar, ese debería ser el primer objetivo. De momento, las propuestas que hay encima de la mesa son tímidas, de escasa envergadura. No tenemos un proyecto claro de como crecer en otros sectores con potencia suficiente para que puedan absorber el probable decrecimiento del turismo. Quizás el objetivo estratégico número uno debería ser diversificar más intensamente y a mayor velocidad.