Después de varios años un poco de capa caída, el Primero de Mayo volvió a coger impulso ayer, en una jornada que se tiñó de proclamas políticas, además de las exigencias sindicales habituales. El detonante no fue otro que los famosos cinco días de reflexión del presidente del Gobierno, que movilizaron a buena parte de sus ministros, deseosos de apoyar en la calle los avances conseguidos en materia laboral y social y reivindicar la continuidad de esa línea. La titular de Trabajo fue una de las más combativas, y realistas, al ponerse del lado de esos trabajadores que dedican prácticamente todo su tiempo a tareas profesionales y apenas logran disfrutar del ocio, la familia o cualquier otro ámbito. El tristemente habitual «no me da la vida» que tantas veces pronunciamos y escuchamos.
Avances
Las consecutivas subidas del Salario Mínimo Interprofesional constituyen un claro avance para los trabajadores peor remunerados, pero desde la pandemia, con la guerra de Ucrania y la inestabilidad geopolítica mundial, la desbocada subida de la inflación ha corrido mucho más deprisa que la mejora de los sueldos. En Balears –y en otras zonas de España– el enquistado problema de la vivienda incide aún más en el empobrecimiento de las familias. Por eso el camino emprendido por el Gobierno y los agentes sociales para intentar equiparar al trabajador español con el europeo no puede detenerse.
Retos
Sindicatos y presidente del Gobierno incidieron ayer en que el reto más importante es ahora alcanzar el pleno empleo, pues nuestro país exhibe unas cifras de paro tercermundistas. Hay que crear empleo, pero este debe ser estable y bien pagado. Mejorar la productividad es, sin duda, otro de los objetivos más urgentes, porque de eso depende en gran parte que alcancemos el nivel de vida que merecemos.