Alba Rodríguez ha asumido una responsabilidad que hace poco ni sospechaba. Empezó sacando fotos y ahora se propone hacer crecer y fortalecer a los Castellers de Mallorca de arriba a abajo y desde dentro hacia fuera. La nueva presidenta de la colla de Ciutat habla de proyectos, sensaciones y de su filosofía: el poder en su caso no va de pisar cabezas y sin embargo sí representa escuchar, acompañar y cuidar a quienes visten la camisa grana. Agradece el tímido apoyo institucional hasta la fecha de Cort, aunque no descarta una futura mudanza «allá donde se nos abran las puertas».
—Cuando empezó a hacer castells y por qué.
No recuerdo cuándo fue la primera vez que oí hablar de castells, pero siento que siempre han estado ahí, como parte de una tradición cercana pero ajena a mí. Como gallega criada desde pequeña en Mallorca, siempre he vivido con cierto conflicto cultural derivado del «no pertenecer»: aquí siempre he sido la forastera, y en mi tierra natal, la mallorquina. Esa dualidad, especialmente durante la adolescencia, fue difícil de gestionar. Ese desarraigo a nivel cultural, sin un lugar claro al que considerar propio y donde pudiera pertenecer, empezó a desvanecerse recientemente. Hace poco más de un año vi por primera vez una actuación de castells en vivo, y algo en mí hizo clic.
Acabé uniéndome a la colla como fotógrafa, atraída por esa parte visual y de detalles que siempre me ha gustado fotografiar: los colores, la emoción, los abrazos silenciosos, los gestos de complicidad entre la gente… Y poco a poco me fui implicando más, aprendí a subir, me metía en la pinya, participaba en reuniones y ahora, un año después, soy la nueva presidenta para estos próximos dos años. Los castells no solo me dieron un espacio donde expresarme a través de la fotografía, sino también un lugar donde sentir que pertenezco en la Isla.
Los castells me han dado vínculos personales importantes que influyeron en que me quedara en la colla. Y por primera vez, gracias a esta experiencia, siento que pertenezco tanto a la tierra que me ha visto nacer como a la tierra que me ha acogido. Porque eso tienen los castells: te envuelven, te atrapan, te hacen sentir parte de algo importante. Y esa sensación, ese pertenecer, el sentir que lo que haces importa, es algo que durante muchos años estuve buscando sin saberlo.
—¿Cuáles son las ideas con que se presentó como presidenta y qué implica para usted ser la máxima representante institucional de los Castellers de Mallorca?
Me presenté como presidenta este año con un proyecto centrado en hacer crecer y fortalecer la colla desde dentro y hacia fuera. En esta legislatura queremos mejorar la acogida de la gente nueva, salir más a la calle y captar jóvenes y familias, recuperar las actividades sociales que nos hacen sentir colla más allá de los ensayos. También queremos modernizar el funcionamiento interno, conseguir más apoyos institucionales, y fomentar una colla más participativa, transparente y donde todos y todas puedan tener voz y voto. Personalmente, para mí, ser presidenta de los Castellers de Mallorca es un gran honor, pero también una gran responsabilidad y trabajo personal.
Creo que hay una parte con la que parto con ventaja al ser trabajadora social, porque ser presidenta significa escuchar, acompañar y cuidar a las personas que forman parte de la colla, algo que tengo muy interiorizado gracias a mi profesión. Pero va más allá de esas funciones, ser presidenta supone representar a todo un grupo humano, dentro y fuera de la plaza, y también trabajar con visión de futuro, organizando, planificando y tomando decisiones que ayuden a que la colla crezca y se fortalezca más allá del presente. Mi objetivo es que cada persona que forme parte de la colla —ya sea en la pinya, en el tronc, tocando la gralla, o ayudando desde fuera— sienta que este proyecto también es suyo y que tienen un espacio para hacer que se mantenga vivo.
—Explique a los más profanos qué implica hacer castells en Mallorca.
Hacer castells en Mallorca es algo muy especial. Aquí no somos muchas colles, solo dos convencionales y una universitaria, pero hay una germanor que se nota cuando coincidimos en plaça. Nos apoyamos, compartimos y nos lo pasamos bien juntos. Sin embargo, hay que ser realistas, porque también tiene su parte única y desafiante. A veces es como hacer magia sin varita: hay ilusión y ganas, pero nos faltan recursos, espacio y reconocimiento. Aun así, cuando un castell sube, con toda la diversidad de la Isla representada en la pinya… Es un momento mágico, que tiene un valor personal que va mucho más allá del contexto técnico y administrativo.
Entrar en la colla de forma activa me hizo entender que los castells en Mallorca no son una tradición importada, quiero decir, no son «de fuera», sino que son de la gente que los hace posibles. Porque a nivel social son una herramienta para hacer comunidad, para integrar y para compartir valores como el esfuerzo, la confianza y el trabajo en equipo. Es un espacio intergeneracional e inclusivo, algo que no abunda en las actividades lúdicas habituales, donde todas las personas tienen un sitio. Y en un mundo donde cada vez cuesta más encontrarse, escucharse y estar unidos, nosotros construimos juntos. En todos los sentidos.
—Qué tienen los castells que no tenga otra actividad familiar que se pueda realizar en Mallorca.
Tienen algo único que es la combinación de tradición, emoción y colaboración entre personas. En los castells todas las personas son necesarias. No importa la edad, la forma física o la experiencia: cada persona tiene su lugar, desde los más pequeños hasta los abuelos, aquí nadie se queda fuera, y eso crea un vínculo muy fuerte que va más allá de la actividad en sí, por eso nunca olvidarás la primera espalda que subes.
Hacer castells es una de las pocas actividades en las que puede participar toda la familia junta. Puedes tener a tus hijos, a tus suegros y a tus colegas formando parte de la misma figura. Y lo más bonito es que se construye todo desde la confianza, pues es una actividad donde se aprende a trabajar en equipo, a superar miedos, a tener paciencia… Al final, los castells son mucho más que una actividad física. Son una red de apoyo emocional y comunitario. Una familia dentro de otra familia.
—¿Qué le diría a aquellas personas reticentes hacia su colectivo, que consideran que en Mallorca no se deberían hacer castells?
Que se pasen un día por un ensayo, sin prejuicios, y que lo vivan metiéndose en la pinya. Los castells aquí no vienen a quitar espacio a nadie, sino que vienen a sumar. Como ya he dicho, hay sitio para todos, y en una Isla tan diversa como Mallorca, tener una actividad que une en lugar de dividir ya es mucho decir. Los castells no son solo catalanes ni mallorquines: son de quien los hace con el corazón, y aquí tenemos ganas, raíces y mucha ilusión. Si una tradición crea comunidad, enseña valores y une a las personas, ¿por qué no debería tener espacio en Mallorca?
—Qué le diría a las administraciones públicas, por ejemplo a las que en nuestra comunidad reparten subvenciones entre actividades reconocidas como patrimonio inmaterial de la humanidad de la Unesco.
Primero, quiero agradecer a las administraciones públicas por seguir apostando por la cultura. Les recordaría que apoyar a los castells significa respaldar una expresión cultural cuyo valor está reconocido por la UNESCO, pero también es invertir en cohesión social y participación ciudadana. Nuestra actividad es cultural, deportiva, educativa y comunitaria, todo a la vez. Con muy pocos recursos, generamos mucho impacto.
Ahora bien, también es cierto que no podemos ensayar en cualquier sitio. Una pinya necesita espacio propio, seguridad y un techo que no se venga abajo. Nos gustaría contar con más apoyo institucional por parte del Ajuntament de Palma, ya que después de treinta años hemos demostrado que los castells están arraigados en Palma, que tenemos una fuerte capacidad integradora, que enriquecemos la oferta cultural de nuestra ciudad y que le podemos dar prestigio a Palma como capital castellera.
Sabemos que hay muchos proyectos que necesitan apoyo, pero también creemos que hay formas de equilibrar el reparto y no dejar fuera a quienes llevan años sosteniendo, de forma constante y voluntaria, una actividad que une tradición, esfuerzo colectivo y vida comunitaria. Pero si no puede mantenerse en Palma, desde luego Mallorca tiene más municipios donde seguro que nos abren sus puertas, aunque espero que no tengamos que irnos para poder seguir creciendo.
—¿Cree posible o incluso cercano que los Castellers de Mallorca se muden algún día de Palma a otro municipio?
Ahora mismo Palma es nuestro centro de actividad, nuestra cuna, pero no cerramos la puerta a nada. Si en algún momento otro municipio muestra interés, ofrece apoyo y entiende el valor de lo que hacemos, convirtiéndose en un lugar donde la colla pueda crecer con estabilidad, se puede plantear. Lo importante no es el código postal, sino la actitud: quien apueste por nosotros tendrá una colla castellera activa —la primera que se creó fuera de Cataluña—, arraigada en el mundo casteller y con ganas de sumar en nuestro territorio. En Mallorca los castells no pertenecen a una sola ciudad: pertenecen a la gente que los hace posibles. Y nosotros, encantados de hacer castells donde se nos
abran las puertas.
Que cansa de molt la catalanofòbia dels immigrants castellans