Actor, guionista, director y humorista. José Corbacho es un culebrilla inquieto que suele hollar la cima en todos sus retos. Lo hizo en Homo zapping, Buenafuente y la galardonada Tapas; también en Un nuevo amanecer, una dramedia en la que desde la butaca de dirección revisa los entresijos de la televisión, con una celebrity devorada por sus adicciones como telón de fondo. No importa en el ‘fregao’ que se meta, las probabilidades de salir airoso son muchas cuando hablamos de él. Su último proyecto lleva el muy punky nombre de Ante todo mucha calma, un monólogo que da rienda suelta a su incontinencia verbal, una granada de mano contra la corrección política. Lo acoge este sábado el Auditòrium Sa Màniga, a las 19.00 horas. Me atiende al teléfono mientras pasea por la catedral de Viena –«hace años que quería traer a mi madre», desliza. De repente, una voz le espeta no phones. –Osti nene, que no dejan hablar por el móvil, te llamo en un momento–. Dos minutos más tarde recuperamos la comunicación. Este es el resultado.
¿De qué y de quién nos vamos a reír en ‘Ante todo mucha calma’?
— Le doy la oportunidad al público de reírse de mí.
¿Es de esos humoristas que se toman sus shows como un ejercicio de terapia grupal?
— Tanto grupal como individual, porque lo primero es saber reírse de uno mismo.
El título de su show es un álbum de Siniestro Total, ambos comparten la misma naturaleza desinhibida y cachonda…
— Absolutamente, es el título de un gran álbum que marcó mi vida tanto a nivel de oyente como de comedia.
¿En los 80 era más de Siniestro Total, Hombres G o la new wave británica?
— Era muy chaquetero, me cambiaba la chupa de cuero de los Ramones o The Cure por una americana con hombreras para bailar italodisco.
He leído que el promedio de risas en su show es una cada quince segundos, Carles Sans promete una por minuto en su montaje... ¿el suyo es cuatro veces más divertido?
— (Risas) Soy un enfermo del ritmo, siempre me dicen ‘no dejas aplaudir a la gente’. Quiero que la gente no pare de reír.
Sans me comentó que a menudo sus funciones coinciden con grandes citas futbolísticas, ¿pudo ver el último ‘clásico’?
— No, estaba en un pueblo de Madrid, el público eran todo señoras. Me lo pasé muy bien y casi no me acordé del partido.
¿Cómo un tipo de l’Hospitalet se hace madridista teniendo como amigo a Jordi Alba?
— (Risas) Me viene de pequeño, mi familia es muy perica, aunque mi madre es superculé. Yo era muy fan del basket, y en aquella época estaba el Madrid de Corbalán, así que me quedó la querencia por el blanco, pero también he tenido mis años de ‘Guardiolismo’, ¿eh? Anda que no he celebrado títulos en Canaletas. Como te decía soy un chaquetero (risas).
Filiaciones a parte, ¿no me negará que lo del Balón de Oro fue un acto de justicia poética?
— Me pareció un ridículo monumental, la imagen del club se ha visto perjudicada. Se lo llevó un futbolista español y hay que alegrarse.
¿Cree, como Vinicius, que España es un país racista?
— No somos un país racista, en general, pero ya es hora de tener mano dura en los estadios de fútbol. Aquí el racismo es una cuestión de clasismo, no ponemos trabas a los árabes que van a Marbella, solo a los que llegan en patera...
Para John Cleese, el humor es un ‘caos emocional envuelto en tranquilidad’, ¿cómo describiría usted su profesión?
— Como buen sagitario, también soy bastante caótico, a la comedia le va bien el ‘movimiento’...
¿Cómo sortea el filtro de la corrección política?
— Le doy bastantes vueltas, en el fondo siempre hay una lucha entre ser fiel a mi mismo y no herir sensibilidades.
¿Habría sido muy aburrida su vida de no haberse dedicado al humor?
— Con todo el cariño al resto de profesiones, creo que sí. Yo no sé qué haría si no trabajase en esto.
Pese a que la vida es un ensayo-error en el que nada es perfecto, ¿hasta qué punto le preocupa lo que opinen los demás?
— Lucho para que cada vez me preocupe menos.
En su dramedia ‘Un nuevo amanecer’ habla sobre las adicciones. Cuenta que la inspiró una mujer que salía de pilates con un pitillo en la boca. ¿El humor se encuentra en los lugares más insospechados?
— Yo lo encontré en un tanatorio, que creo que son lugares donde la comedia florece con más naturalidad ya que la situación impone seriedad.
¿Qué le saca de sus casillas sobre el escenario?
— Que el público desconecte.
¿Cuál es la anécdota más heavy que ha vivido en una actuación?
— En Galicia, un tipo subió y se puso a hablar conmigo, estaba ebrio y la gente le increpó hasta que se bajó y se orinó en una esquina (risas).