Marisol Villar López es argentina de nacimiento, hija de padres gallegos, y residente en Mallorca desde hace 27 años. Ha trabajado como camarera de pisos en el hotel Mirlos-Tordos, de Calvià.
Todo iba bien hasta 2018, que fue cuando tuvo un ictus que la dejó en silla de ruedas. Con el paso del tiempo, el problema, en vez de resolverse, se le ha ido complicando cada vez más.
«Ha ido a rehabilitación a Sant Joan de Déu, pero ha sido más bien una rehabilitación placebo», nos dice Eduardo Bosia, compañero suyo de trabajo en el citado hotel, que vive en Palma, pero que se traslada casi a diario a su domicilio, en Magaluf, para echarle una mano, pues ella, cada vez puede menos valerse por si misma.
«En vista de la situación en que se encuentra, ahora con un brazo roto, hemos intentado que la Seguridad Social se haga cargo de ella, pero, según nos han dicho, en las residencias el cupo está cerrado, por lo que de momento la Dirección General de la Dependencia la ha puesto en la lista de espera. También hemos pedido ayuda al IMAS, pero también la cosa va para largo. Mientras tanto, ella sigue en su casa, completamente sola durante muchas horas del día, pasando la mayor parte del tiempo tumbada en la cama».
Pide la eutanasia. En su domicilio, que es una casa de protección oficial, es atendida cada día durante 40 minutos, «exactamente, de 9 a 9,40 de la mañana por una chica que le manda el Ajuntament de Calvià, a través de lo que se denomina PIA, o Programa Individual de Atención. Los lunes, miércoles y viernes, la ducha, mientras que martes y jueves le arregla la cama y le lava las cuatro prendas que usa. En cuanto a la comida, los días que puede, y se ve con ganas, va a comprar comida preparada. Los que no, vengo de Palma, dónde vivo, y se la hago yo».
«Tenemos entendido –le decimos a Eduardo–, que vista la situación en la que se encuentra, con un futuro muy incierto, ha pedido la eutanasia».
El hombre nos muestra el papel a través del cual Marisol la pide y que dice: «De manera expresa se me practique eutanasia por motivos que se tendrán a consideración por mi estado de salud con padecimiento crónico e imposibilitante de la vida diaria persistente sin posibilidad de curación o mejoría apreciable, que me someten a un proceso poco digno, completamente lleno de sufrimientos, con dolores que ya no se pueden palear con la gran cantidad de tratamientos y excesivo suministro de fármacos. Por tal motivo es por qué hago esta petición y se me ha permitido reflexionar sobre lo expresado».
Se cayó y se rompió el brazo. «En realidad, hace tiempo que anda con esa idea bailándole en su mente, pero todo se precipitó el pasado día 4 de agosto. Estando sola, tiene necesidad de ir al lavabo, se levanta de la cama como puede pero tropieza y se cae y se fractura la mano izquierda y se le rompe el teleasistencia, ese botón que al apretarlo viene una persona a ayudarla. Pese al dolor que siente, arrastrándose, abre la puerta y llama a la vecina. Esta la atiende , llama a la ambulancia y me llama a mi. A las ocho de la tarde la trasladan a Son Espases. A la 1.15 de la madrugada, ya escayolada y medicada, llaman a la ambulancia, esta la recoge a las 3.10 y a las 3.40 la deja en su casa, en su cama. Yo llego de Palma. Veo que no se puede tener en pie, y… Pues que día después pide a su médico la eutanasia, cosa que hace por escrito, pero el proceso no se pondrá en marcha hasta bien entrado septiembre… En realidad, a día de hoy sigue parado. Es un proceso largo, en el que tiene que haber otra petición de eutanasia, puesto que a la persona, según las normas, se le tiene que dar una segunda oportunidad, porque igual se lo ha pensado y ahora no la quiere. Pero no es el caso de ella. Ella la quiere, pero tiene que esperar a que se cubra ese proceso, en el que intervienen varios médicos además de la Comisión de Garantía Evaluación y la Presidencia de la CGE, lo que significa que han de pasar unos días, tal vez un mes. Pero, repito, ella se mantiene firme en su decisión, entre otras porque ella no tiene a nadie, está sola… Bueno, me tiene a mi, pero no puedo estar cada día a su lado, por lo que está postrada en la cama pues cada vez puede menos subirse a la silla y mucho menos ir sola a la calle, a comprar. Para colmo, los dolores que tiene son cada vez más agudos y está claro que las 27 pastillas que se toma cada día más los parches de fentanilo que se pone no le hacen nada».
La burocracia, su compañera. «Pues por lo que vemos –le decimos a Eduardo– no es fácil morirse queriéndose morir…». «No lo es, no. La burocracia con la que ha tenido que luchar hasta ahora, porque ni se imagina la de puertas que ha llamando esta mujer, la sigue acompañando hasta el día que los médicos decidan aplicarle la eutanasia. De verdad que hasta en esto no hay humanidad».
Mientras tanto ha de aguantar. Esperar. Lo cual no es fácil, pues brazo roto aparte, tiene un grado 2 de discapacidad en un 67 %, y una movilidad reducida de 8. «Por todo lo dicho, lo suyo –apostilla Eduardo– sería que el IMAS, en lo que se resuelve lo de la eutanasia, le conceda una estancia temporal en alguno de sus alojamientos». Sí, porque el proceso para llegar a ella es largo.