Decía Jean-Paul Sartre que la felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace. A ese estado, resultante de la liberación de los deseos, se le conoce en la India como Nirvana. Un proceso que se alcanza a través de la meditación y la iluminación, dos situaciones que ‘asistieron' a Carmen López, empujándola a abandonar la psiquiatría médica para escuchar su voz interior. Y es que ya hacía tiempo que la pintura golpeaba con insistencia a su puerta, y se produjo el ‘click', esa escisión interna que, como a Paul Newman en La gata sobre el tejado de zinc, le iluminó la mente.
Ese ‘click' no fue de un día para el otro. «Fueron varios meses de pensar hacia donde quería encaminarme, cuáles eran los valores que quería transmitir, y encontré un camino inspirado en mi pasión por los animales». Hoy, Carmen se desempeña como retratista de mascotas, sus cuadros son traductores de sentimientos y de todo aquello que encierra la mirada siempre noble de un animal. Hasta en eso son mejores que nosotros.
Su aventura comenzó «plasmando un retrato de mi gato» que llamó la atención en su círculo de conocidos, fue entonces cuando «decidí abandonar mi carrera y enfocarme únicamente en la pintura». Con acrílico sobre lienzo de algodón, esta sevillana asentada en Palma plasma estampas hiperrealistas de mascotas, «la mayoría perros y gatos, pero también he dibujado a conejos, tortugas y agapornis», el denominado ‘pájaro del amor'.
Su técnica es un elemento crucial, pues captura no sólo la imagen de cada animal, sino también su verdadera esencia. Sus obras brillan como un Jackson Pollock, son una fiesta del color que van más allá del mero retrato, provocan sensaciones muy especiales. Es como si la artista indagara en la psique del animal para arrancarle una mirada fija, eterna. Su cliente tipo es «una mujer de entre 40 a 60 años de Mallorca o la Península». La contactan a través de su página de Instagram @menlo.art y ella les araña «el máximo de información sobre su mascota. Suelen contarme su historia y me añaden audios, videos y fotografías».
Confiesa que muchas de las peticiones que recibe son para pintar mascotas fallecidas, «la gente tiene una conexión con el duelo brutal, creo que los vínculos que desarrollamos con los animales son muy importantes y están muy silenciados. Hay quien vive procesos de duelo súper complicados y encuentran en mí a alguien que los escucha, con quien es fácil hablar. Al fin y al cabo, me he formado en eso, es fácil conectar conmigo», desliza nuestra psiquiatra-artista. De esa naturaleza sensible y comprometida nacen obras que son más que retratos, porque van más allá de la simple interpretación artística de una fotografía, «tienen una historia detrás».
Se nota que Carmen ama su trabajo, que le emociona crear una pieza que le reportará felicidad o quizá consuelo a alguien y que, sobre todo, podrá ser apreciada durante mucho tiempo. Por eso cada trabajo es único, especial; en él captura la esencia del animal con un trazo realista y sobrecogedor, del modo que lo hizo Manet con Bob, el perro más famoso de la historia del arte. El pintor francés plasmó a este hermoso cuadrúpedo peludo de mirada bonachona y triste con la misma precisión que se aprecia en la obra de nuestra protagonista.