Hace unos días, Mari Carmen Soler Lliteras, jefa de la Unidad de los Servicios Sociales de la ONCE, junto con su marido, Germán; su hija, Paula; y su perra guía, ‘Quely,‘ se desplazaron al aeropuerto de Palma con la intención de tomar un avión de Ryanair para volar a Colonia, a fin de pasar unos días de descanso.
Así que, sobre las seis de la mañana, los cuatro –ella con toda la documentación de la perra, incluida la libreta de las vacunas y el pasaporte europeo, en el bolso– además del cochecito de la niña, se plantaron en Son Sant Joan con la intención de llegar con tiempo suficiente para hacer los trámites del embarque.
«Debo decir también que cuando compramos los pasajes advertimos, como hemos hecho siempre, cada vez que hemos viajado, que la perra y su documentación venían con nosotros, lo cual nunca ha supuesto ningún problema». Pero resulta que siempre hay una primera vez… Yen esta historia no cabía la excepción. Por tanto... Y esa primera vez tuvo lugar esa mañanita, frente al mostrador de Ryanair.
«La chica de esta compañía que nos atendió, nos dijo que en los datos del ordenador no figuraban los de la perra. Yo le dije que llevaba conmigo todos los datos de ella, y que se los mostraba…. Pero fue en vano. Se negó. Mientras tanto, vimos que prácticamente todo el pasaje había embarcado… A todo esto llegó la supervisora, y lo mismo. Sin saludar, y con no muy buenos modos, se negó a que subiéramos al avión ya que la perra no figuraba en sus registros. Asombrados ante su actitud, poniendo toda la documentación de la perra a su disposición, le pregunté si nos iba a dejar en tierra, con un bebé... Ella nos miró y respondió que ese no era su problema… Ante tal situación, le pedí que se identificara, pero se negó y, sin más, se fue, quedándonos en tierra».
Ante tal situación, los cuatro se dirigieron a las dependencias de atención al pasajero de dicha compañía, «donde, con mucha amabilidad –destaca Mari Carmen–, la persona que nos atendió incorporó la documentación de ‘Quely' en el programa, lo cual, pensamos, se pudo haber hecho en el mostrador… Si aquella señora lo hubiera querido, claro, en vez de decirnos que ese no era su problema… Total, que cuatro horas después embarcamos en otro avión de la misma compañía, y viajamos a Colonia sin ningún problema. Y a la vuelta, en el aeropuerto, la persona que nos atendió en el embarque, sin más, incorporó la documentación de la perra en el ordenador, y luego nos acompañó hasta el avión, donde entramos los primeros».
Ahí faltó empatía
Tras esta aventura, Mari Carmen y Germán dicen no tener nada en contra de la citada compañía, «pero es una lástima –subraya aquella– que la falta de empatía de una persona la deje en mal lugar, porque, ¿qué le hubiera costado hacer lo que hicieron sus compañeras, tanto las de Palma como las de Colonia, introducir la documentación de ‘Quely' en los datos el ordenador? Nada, ¿no? Solo dedicar unos minutos. Además, cuando llegó, ni saludó, y cuando se fue, tampoco saludó. Ni tampoco quiso identificarse cuando se lo pedimos, lo cual, creo, debe de hacerlo. En fin, que nos quedamos varias horas tirados en el aeropuerto».
Amiga y herramienta de trabajo
Mari Carmen, que considera que ‘Quely' es un miembro más de la familia, pues ya son bastantes los años que está con ella, piensa que «algunos ignoran que, además de un amigo, es una herramienta de ayuda muy importante para nosotros… Porque soy ciega, y no veo, pero ella me guía, evitando que me caiga o que tropiece. Por lo demás, está educada para viajar. Una vez en el avión, o en el tren, le dices que se siente y lo hace. Y si le ordenas que se tumbe, lo hace también, y sigue así durante todo el viaje, hasta que ve que te pones de pie. Aparte, cualquier ciego con perro guía lleva consigo toda su documentación al día. Por eso no entiendo como esa persona no quiso hacer las comprobaciones correspondientes, y luego hacer lo que hicieron sus compañeros, tanto los de Mallorca como los de Alemania, introducir los datos en el ordenador. Que es lo que se ha hecho siempre».
Las otras barreras
Por lo demás, y hablando de otras barreras con las que se encuentran los ciegos a diario a nada que ponen los pies en la calle, Mari Carmen considera que «se debería hacer más por nosotros en este aspecto. No tengo nada en contra de las bicicletas y los patinetes eléctricos que a diario nos encontramos en las aceras y en las zonas peatonales… Pero si a veces causan problemas a los viandantes con los que se cruzan, ¡imagínense la de precauciones que hemos de tomar nosotros, los que no vemos! Porque, además de no verlos, al ser silenciosos, tampoco los oímos llegar... Es como el carril bici, sobre todo en zonas peatonales, donde, por ser peatonales, tú crees que puedes ir más tranquila sin ver. Pues no, ya que también tenemos problemas, porque en algunas de esas zonas peatonales hay carril bici, que, repito, nosotros, al ser ciegos, no vemos, por lo que cruzamos pensando que no circulan, cuando sí lo hacen, por lo que podemos ser atropellados. Y quien dice eso, dice también que algunos autobuses urbanos hacen la parada delante de un alcorque, y… Pues que cuándo sales, como no lo ves, puedes tropezar y caerte… Por eso digo que para un ciego, el salir a la calle cada día, incluso con bastón blanco y con perro guía, es poco menos que una aventura. Y encima algunos se dedican a complicarlo todo un poco más».