Su profuso bigote asomaba en 7 Vidas, una de las series más longevas de la televisión española, donde encarnó al único personaje despojado de nombre. Era ‘el Frutero', a secas. Santi Rodríguez (Málaga, 1965) lleva su Espíritu al Teatre Principal d'Inca este viernes, a las 21.00, dentro de la parrilla del FesJajà 2023. Comedia, improvisación y certeras reflexiones se entremezclan en un show con visos teatrales que perfila el humor desde la muerte.
Sostiene que ‘Espíritu' no está basado en hechos reales pero casi. ¿Cuándo toma consciencia que de una experiencia tan acongojante se puede armar un show de humor?
Yo vivo siempre mirando el lado bueno de las cosas y a veces ese lado bueno se va al cómico.
¿Se vio a sí mismo desde arriba durante los dos minutos que pasó clínicamente muerto?
Efectivamente, me vi desde arriba pero no te puedo decir más, es como cuando ves un paisaje muy chulo pero te resulta difícil describirlo.
¿Hay que reírse del miedo?
Creo que hay que reírse de todo, que no es lo mismo que tomarse la vida a cachondeo. La pandemia nos demostró que tener buen humor te ayuda a superar muchas cosas. Sin humor hubiéramos salido desquiciados, el humor es imprescindible.
Esto de la comedia del ‘más allá' me recuerda a El fantasma y la señora Muir de Joseph L. Mankiewicz, una historia que es un alegato a la vida desde la muerte... A grandes rasgos ¿ese sería el leit motiv de su propuesta, no?
Efectivamente, Espíritu es la historia de una tío que se ha muerto y no lo sabe, y cuando toma conciencia se da cuenta de que la vida se le ha pasado volando y aconseja a la gente que aproveche su tiempo en la vida.
O sea, que como el fantasma del capitán Gregg, en su show usted es un destello de tiempo entre un abismo de inmaterialidad…
Sí, algo así. Tengo que volver a ver El fantasma y la señora Muir, recuerdo que la vi con mi padre hace muchos años.
¿Qué clase de espíritu interpreta, uno revoltoso y burlón como el capitán Gregg o uno aburrido y naïf como el Charles Laughton de El fantama de Canterville'?
Este es un espíritu burlón, inquieto, simple y muy torpe, como yo.
¿Qué es lo que más le inquieta cuando estrena proyecto?
Que el público salga satisfecho de la obra es mi mayor preocupación. Tengo como máxima el respeto al público.
Espíritu incorpora grandes dosis teatrales...
Sí, hemos trabajado mucho ese aspecto, todos mis montajes han ido evolucionando. El primero era stand up a secas, luego he ido añadiendo efectos, luces, sonidos y en este último personajes, todos ellos interpretados por mí.
¿Cuál es su momento favorito del show?
Hay un momento que me gusta mucho: el diálogo con el público. Es la primera vez que lo incorporo a un montaje. Hay dos o tres momentos en los que de una forma no forzada me dirijo a ellos para intercambiar impresiones, en esos momentos hay mucha improvisación.
Más allá de los dichosos móviles, ¿hay algo que perturbe su concentración sobre el escenario?
Intento que nada tense la situación. Una vez a una señora le sonó el teléfono en mitad de la función, lo cogió y se puso a hablar mientras me hacía gestos con la mano en plan ‘tú sigue con lo tuyo, tranquilo'.
¿Es más fácil hacer humor con la izquierda, con la derecha, o es ambidiestro?
Yo soy daltónico (risas). De vez en cuando suelto alguna, pero mi línea de humor no suele pisar esos charcos.
¿Lo políticamente correcto es el fascismo contemporáneo?
Totalmente de acuerdo, aquí sí que me mojo. Hay veces que dan ganas de decirle al público que se deje llevar, que se deje los prejuicios en casa, que el teatro es para esto.
El trabajo creativo requiere de mucha observación, del contacto con la gente y estar a pie de calle para observar de qué se ríe la sociedad, ¿cómo lo hace para tomar perspectiva y nutrir de esas referencias a sus propuestas?
Yo juego con ventaja porque tengo la ayuda de un gran amigo, que es Kitín Hernández. Escribe muy bien, el texto es suyo, yo sólo he escrito algunas cosillas y luego ya en escena voy incorporando otras.