El alcalde de Palma, Jaime Martínez, en más de una ocasión nos mostró su preocupación por la gente que vive en la calle, que no es poca a día de hoy. Porque Sánchez dirá que la economía va como un tiro, pero lo cierto es que cada día que pasa más largas son las colas del hambre y más gente duerme bajo las estrellas, entre otras cosas porque faltan centros de acogida, y porque los indigentes, en algunos de los que hay, no quieren ni siquiera pisarlos debido a los problemas que encuentran en ellos. También estamos viendo que otra de sus preocupaciones es que Palma sea una ciudad limpia.
Y como también vimos que al día siguiente de tomar posesión de su cargo, el nuevo responsable de Emaya se subía en el camión para ver cómo trabajaban los servicios de limpieza en turnos de mañana, tarde y noche, pues pensamos que por ahí buscan el cambio para mejorar. Y que lo hacen saliendo de sus despachos, que es como se deben de hacer las cosas: salir para ver lo que no funciona a fin de que funcione. Pues muy bien, hoy, aquí, dejamos algunas pistas más sobre algo que hay que mejorar y que tiene que ver con los indigentes por obligación.
Ahí nadie vive porque quiere
El domingo nos pasamos toda la mañana en la vieja cárcel de Palma. Era la segunda visita que hacíamos al lugar en diez días. La primera, ¿recordáis?, fue para contaros cómo vivían allí, en la mayor de las indigencias, cuatro personas –un búlgaro, dos letones y una inglesa–. Y vivían no mal, sino lo siguiente.
Pues como decimos, el domingo volvimos. Por dos motivos: mostrar la cantidad de porquería que rodea a las personas que viven en este viejo y destartalado edificio, y que no todos los que viven ahí, viven por gusto, sino obligados por las circunstancias derivadas del manfutismo y la inoperancia de quienes, elegidos por el pueblo, tienen la obligación de resolver y no de mirar hacia otro lado.
Josefa, que lleva viviendo con su pareja en la vieja cárcel ya ni se acuerda de cuánto tiempo, nos hace de guía entre los montones de basura que hay esparcidos en lo que fuera recinto carcelario: cartones, ropa vieja, colchones, mantas… ¡Montañas de botellas y garrafas de plástico! A ello, sumadle el olor que desprende ese totum revolutum miserable que emerge por doquier, y el calor reinante… ¿Os imagináis cómo se vive ahí? ¿Lo que se huele en ese lugar...? ¿El foco de infección que es eso…? Y al decir cómo se vive, nos referimos a personas, que un mal día se cayeron del cuadro de la vida y ahí siguen, cada vez con menos esperanzas de sobrevivir…
El anterior Ajuntament, ni caso
Y aquí es cuando llamamos la atención al nuevo responsable de Emaya. Y al alcalde también. ¿Puede permitirse Palma un basurero como este? ¿Por qué no se reservan una mañana de estas y se dan una vuelta por allí y ven lo que hay con sus propios ojos? Hace unos meses, el actual alcalde nos pidió que le mostráramos lugares donde vive la gente en pésimas condiciones. Pues bien: ahí tiene uno. Y ya que van, echen un vistazo al edificio, no vaya a ser que, como está tan mal, el día menos pensado se derrumbe. O que a causa de la basura se produzca un incendio…
En tiempos de Hila denunciamos este caso por activa y por pasiva, pero ni caso. Lo cutre y lo miserable parece que no iba con el exalcalde. Veremos si el alcalde recién llegado se pone manos a la obra. Porque el viejo presidio de Palma es también Palma. Y eso está hecho una pocilga. Vamos, que mañana tendrían que estar ahí varios camiones de Emaya vaciando tan inmenso basurero... Aunque sea por dignidad. ¡Que hay que verlo para creerlo!
De los últimos en llegar
Y ya que están allí, pídanle a Josefa que los lleve a la parte de atrás del presidio, zona a la que se accede por la puerta que hay junto a las paredes magníficamente grafiteadas. Una vez dentro, en la primera puerta que encuentren de frente, entren. Seguro que, siempre que no hayan salido a buscarse la vida, se encontrarán con dos parejas: Miria y Osmar, que son paraguayos, y Mari Carmen y Juan Carlos, venezolanos. Desde hace meses están en Mallorca pero hasta dentro de dos años, o más, no tendrán permiso de trabajo. Mientras tanto se tienen que buscar la vida como pueden, eso sí, en condiciones muy distintas a las que tendrían si tuvieran papeles.
También esta carencia les impide poder alquilar una casa, pues el dueño suele pedir nómina, que ellos no tienen, o residencia, que tampoco tienen… Bueno, sí, pueden decir que viven en la cárcel vieja, lo cual no es ninguna garantía para alquilar una casa. Pues una vez que estén con ellos, pregúntenles y entérense de primera mano de su situación, que es idéntica a la de otros muchos inmigrantes en sus mismas condiciones: sin papeles… ¡Y lo que te rondaré, morena!