El turismo, entendido como una actividad de masas, es un fenómeno relativamente reciente. No fue hasta mediados del siglo XX cuando desplazarse a otros puntos para disfrutar de un breve retiro se popularizó entre las clases medias de los países desarrollados. Desde entonces y hasta nuestros días ha crecido de forma vertiginosa. Hoy, esta revitalizante práctica desplaza a más de 1.200 millones de personas al año en todo el mundo, impresionante teniendo en cuenta los escasos 20 millones que movilizaba en el ecuador del siglo XX. Con todo, este fenómeno en crecimiento permanente jamás habría sido posible sin la afloración de una boyante industria hotelera a su alrededor.
De hoteles hablamos en estas páginas, pero no de los modernos titanes de acero y cemento que asolan nuestra costa, sino de esos otros que albergaron a los turistas pioneros. La mayoría sucumbió ante la afloración masiva de establecimientos mejores; otros, los menos, siguen en pie convertidos en una atracción histórica en sí misma. Sandro Fantini, uno de los rostros más reconocibles de aquella Mallorca que languidece entre suspiros de nostalgia, nos abre las puertas de su archivo personal.
Sol y playa
La triple apuesta de sol, playa y mar que garantiza la Isla a sus visitantes se funde con los orígenes de los primeros hoteles. Uno de esos establecimientos concebidos para el descanso y la recreación en familia que permanecen en pie es el veterano y elegante Hotel Ciutat Jardí, emplazado en la zona del mismo nombre, que el pasado año cumplía un estoico siglo en activo, orgulloso de su historia.
Otro edificio que sigue en pie, aunque reconvertido en oficinas, es el antiguo hotel Mundial, situado en el corazón de Ciutat, concretamente en la esquina de calle Blanquerna con Avenidas. Testigo fiel de un entorno pujante y sofisticado, fue pieza clave en la dinamización de una ciudad en continúa expansión. «Antiguamente era el hotel de los viajantes que venían a Palma por trabajo», señala Fantini, un italiano de Carrara, la ciudad del mármol, establecido en la Isla desde su infancia. Desarrolló su carrera profesional vinculado al show business, siendo un pionero en este campo; hoy recuerda sus ‘años mozos', cuando se alojaba en la Pensión Jaume I de Can Picafort, otro emblemático hospedaje, hoy extinto. «Íbamos a las verbenas y buscábamos una habitación allí porque era lo único que había en la zona», explica.
Otro hotel engullido por el tiempo es el Mar i Cel del Port d'Alcúdia, «la panorámica que se puede apreciar en la foto no tiene nada que ver con la de hoy en día», lamenta Fantini con indisimulada nostalgia. En su opinión «aquellos fueron los mejores años del turismo». Seguimos con otro establecimiento eliminado de la fisionomía urbana de Palma, el hotel Kursaal que, como sucedía con el Mundial, «era un emplazamiento al que iban muchos viajantes por negocios, pero también contaba con turistas asiduos, gente con dinero». En su día se alzaba imponente en un enclave «próximo al Capuccino del Passeig Marítim», acota Fantini.
El hotel Los Ángeles es otro de los establecimientos que se han diluido en el recuerdo de aquella Mallorca dorada, perla del Mediterráneo. Situado en la Platja de Palma, «hoy en su lugar se encuentra el Megapark, que además de ocupar el espacio del antiguo hotel también se asienta sobre los dos solares adyacentes».
Acabamos con el emblemático Hotel Armadans, uno de los pocos supervivientes a la reconversión urbanística, y recientemente sometido al escrutinio popular debido a una polémica reforma que cubrió su fachada con un gigantesco mural, obra de José Luis Mesas. «En su día era un hotel de esos que no se anunciaban mucho, pero que siempre tenía una buena ocupación, había turistas de la península y extranjeros», concluye Fantini.
El Hotel Armadans, como el resto de los que han desfilado por estas páginas, sirvieron de refugio a varias generaciones de turistas, además de acaparar la mirada de los lugareños, dando forma al vívido mosaico de aquella Mallorca que comenzaba a abrazarse al turismo como principal fuente de ingresos. Y es que el turismo siempre ha sido para la Isla un refugio en la tempestad, e incluso, a veces, la propia tempestad.