Como relojes, su prodigioso mecanismo encapsula automatismos que se repetirán hasta el infinito. La relación entre humano y máquina ha sido siempre un vasto debate, que ha generado miedo y fascinación a partes iguales. Hoy vemos cómo las máquinas suplen el trabajo del hombre; hubo un tiempo en el que la emulación del movimiento de un ser vivo parecía todo un milagro. El centro cultural CaixaForum acoge hasta el próximo domingo la muestra Autómatas, una exhibición de 19 mecanismos construidos por el artesano catalán Lluís Ribas Duran. «Soy profesor de mecánica industrial en un instituto de Formación Profesional. Hace 30 años, en los centros faltaban maquetas; empecé a construir los autómatas para enseñar a mis alumnos de qué modo funcionaban ciertos mecanismos», afirma el artesano, cuyo primer autómata data de 1996.
La muestra va dirigida al público familiar quien, durante una hora, tiene la oportunidad de conocer el intrincado funcionamiento interno de las máquinas, sus bocetos originales, así como el proceso de elaboración de cada autómata. «Para construirlos se requiere el trabajo de un modista, un escultor y un mecánico. Son proyectos de larga distancia, se debe tomar con calma», explica el constructor, que puede tardar hasta un año y medio en terminar una pieza.
A priori, los autómatas más llamativos de la exposición son los ilusionistas, capaces de adivinar cartas o sacar de un bombo una bola numerada, ambas escogidas de forma previa. «Los autómatas tienen una larga historia, ya encontramos referencias de automatismos en el Antiguo Egipto. Este tipo de autómata viene de los maestros relojeros del siglo XIX, quienes los construían para divertir a la gente, como un entretenimiento», dice Ribas que, al contrario del dicho popular, sí que revela todos sus trucos. Pero los dispositivos no solo entretienen, sino que invitan a la reflexión. Además de los ilusionistas, Lluís Ribas enseña sus esculturas mecánicas en movimiento, auténticas obras de arte.
Inspirada en su primer oficio a los 18 años, en una fábrica, Ribas construyó en 2005 su primera escultura mecánica, Autòmat No Paris, un obrero que, con su movimiento mecánico y constante, tedioso, «rinde homenaje a todas las personas que todavía trabajan en las cadenas de fabricación, un trabajo indispensable». Si los autómatas no son trasladados no requieren de un gran mantenimiento. El problema es cuando se transportan, «siempre se rompe alguna pieza, se deben engrasar, se han de realizar pequeños ajustes mecánicos para que siempre funcionen de la misma manera», dice Ribas, que lleva dos décadas exponiendo sus creaciones.
Vivimos rodeados de los más sofisticados artefactos tecnológicos, propios de la ciencia ficción de hace unas décadas, y los autómatas, con el hipnótico sonido de sus resortes, son capaces de deslumbrarnos; es innegable que poseen una suerte de magia mecánica.