Conocí a Carla Nickson en la inauguración del nuevo Titos-BCM trabajando de gogó. Me la presentó una buena amiga suya (Gato) y desde el primer momento que la vi, aparte de su espectacular belleza, lo que más me atrajo de Carla fue su inmensa simpatía. Debe ser por su trabajo de gogó –pensé– pues no encontré normal su exquisito trato con un cliente como yo. Y fue durante la corta pero interesante charla que mantuvimos, que me di cuenta de que, tras esa fachada de diosa de la noche, se ocultaba una mujer con una historia que contar. Eso es lo que suele pasarme casi siempre que conozco a alguien, pues yo intento llegar hasta el fondo de los temas a tratar y, cual Sherlock Holmes, me fijo en los detalles del ser humano, sus posibles miedos, sus formas de actuar... Incluso sus almas, pues solemos ser seres poliédricos, más allá de la coraza que todos, salvo los seres humanos planos, que viven solo del postureo, tienen.
Pasaron los días y los meses y algo me decía que tenía que descubrir quién era realmente Carla Nickson. A través de mi amiga Carla Gato, brasileña y esteticista, fui preguntando acerca de la posibilidad de entrevistar a la gogó, pues estaba segura que tras esa fachada de femme fatale, había una mujer con una historia que contar. Así fue que un día quedamos para almorzar en un restaurante de Génova, y tras una amena comida con champán sin alcohol empecé a preguntar: Empecé diciéndole que la imagen que suelen tener los hombres de las gogós es la de mujeres frías, inaccesibles, frívolas, y que la noche las confunde... «No es así- me contestó- pero entiendo que los hombres nos miren de esa forma y hasta crean somos mujeres facilonas, pero nada más lejos de la realidad. Yo, por ejemplo, tuve un padre con una embolia cerebral, que estaba divorciado de mi madre. Estuve diez años cuidándolo y trabajando. No era fácil vestirme de gogó y bailar con mi mejor sonrisa dejando aparcado todo mi dolor y poner mi mejor cara. Fueron años en los que, quienes conocían mis circunstancias, no acababan de entender el desenfreno con el cual bailaba la música disco. Pero era mi única manera de sobrellevar la enfermedad de mi padre sin volverme loca», explica. –Qué hiciste tras su fallecimiento? –Seguí bailando en diferentes discotecas, explica Carla. Titos y Jaime Lladó y su adorable esposa fueron quienes me apoyaron en todo momento, luego pasé a Amnesia y Pacha, que abandoné tras la compra por parte de inversores norteamericanos. En ese momento la discoteca ya había perdido su alma ibicenca. Pacha era Ibiza y todo lo que representaba ese modelo de vida que se hizo famoso en el mundo entero. Con la llegada de los americanos en el negocio, eso dejó de existir.
Más tarde viajó como gogó por diferentes partes del mundo, incluido Emiratos Árabes Unidos o Marruecos. Después también fui chica de equipos de Fórmula Uno en circuitos como el de Mónaco, Le Mans, China, Japón, Emiratos otra vez, donde nos trataban a cuerpo de rey con los gastos pagados en los mejores hoteles del mundo. Fue mi época con el grupo Gore, y hacíamos performances hasta que llegó la pandemia de COVID. –Pero la vida de gogó tiene un corto recorrido, ¿no? –Mi padre había muerto tras una dolorosa enfermedad y, poco después, lo hizo mi madre. Me quedé completamente sola y tuve una gran depresión que ni mis novios, sobretodo uno al que tenía que mantener y tuve que echar de mi propia casa, aunque él se negaba a abandonarla. Mi depresión iba a más y esa soledad, que solo la pueden entender ciertas mujeres sensibles que han pasado por ella, más la total falta de empatía de mi novio argentino, hizo que cayera en ese pozo que te va hundiendo interiormente.
Su tabla de salvación, como explica la propia Carla Nickson, llegó en forma de caballo. «Yo siempre había montado a caballo, desde niña, pero fue gracias a Toni Cañellas cuando recuperé esa afición. Me decanté por el yoga y el pilates, que es un entrenamiento físico y mental. También estuve trabajando en barcos... Pero como iba diciendo, Toni Cañellas me regaló a Hispanito, un hermoso ejemplar al que muy pocos se atrevían a montar. Gracias a este caballo, de casi 500 kilos de peso y recia mirada, empecé a volver a la doma de un animal que, como yo, precisaba de ternura y amor. Gracias a Hispanito aprendí a ser mejor persona, a estar más tranquila conmigo misma y, quién lo diría de una gogó, a limpiar mierdas de caballo, a ser más humilde y a olvidar mi depresión. No sé qué hubiera sido de mi vida sin Hispanito».
Y yo miro a ese animal y entiendo que solo el amor de Carla ha podido convertirlo en un corcel noble y de mirada inteligente, que sabe mirar a Carla y calmarle la ansiedad. Son uña y carne, cuerpo y espíritu. Almas, se diría, gemelas. No, no me equivoqué al intuir que tras esa fachada de mujer frívola se escondía una historia.