Acaba de regresar de la frontera rumano-ucraniana, donde ha estado fotografiando cuanto acontece en ella. Fotografías –duras algunas, tiernas, otras– de la locura que ha desencadenado esta especie de cíborgllamado Putin. Como siempre, ha ido por su cuenta y riesgo, siendo esta la quinta vez que lo hace. Nos referimos a Xavié Ferré, a quien conocemos desde hace años. Es el fotógrafo de las fronteras del horror y de la tragedia. Y también de la solidaridad, pues unas y otras van cogidas de la mano. Tragedia y horror provocados por los que luego no van a la guerra, y solidaridad por parte de ONG (civiles y religiosas) y población civil.
«Así es –nos dijo ayer Xavié, recién llegado, en la Fundació Sa Nostra, donde ha tenido tiempo de colgar una de las fotos que hizo hace unos días–. Allí a donde he ido, Turquía y Siria en 2016; Grecia, Albania, Macedonia, Serbia, Hungría, Eslovenia y Croacia en 2017 (haciendo la ruta que siguen los refugiados buscando un mundo mejor donde rehacer sus vidas), Chiapas, México, en 2018 (fotografiando a indígenas desplazados), frontera Polonia-Bielorrusia en 2021 (debido al conflicto entre ambos países, llegada de refugiados a Bielorrusia desde distintos países, con la intención de abrirse camino en Europa), y ahora, frontera rumano-ucraniana, desde donde acabo de llegar, viendo, una vez más, cómo el débil huye de la tragedia que ha provocado el poderoso».
Ir allí solo con lo puesto
Xavié va a esos lugares por su cuenta y riesgo, y sin mucho dinero en el bolsillo, «solo el que me permita ir y venir, y sobrevivir allí donde esté. Y en cuanto a ropa, poca. La que llevo puesta, más unas mudas y varios pares de calcetines… Por eso, al tercer o cuarto día me da la sensación de que huelo, pues no tengo hotel, sino que duermo en el coche, o donde puedo, siempre cerca de la valla que separa ambos países, siempre atento a la llegada de los refugiados, mujeres y niños, solamente. Porque los maridos y padres que los acompañan se quedan en la otra parte de la valla, con lágrimas en los ojos. Pues, ¿quién sabe?, igual no los vuelve a ver más, pero también con la satisfacción de saber que van a un lugar seguro, lejos de las bombas».
Tanto dolor, ¿para qué...?
Xavié reconoce que a veces, en esos momentos, le ha podido la emoción, «pero no me ha quedado más remedio que hacer mi trabajo, porque, si no –me pregunto–, ¿qué hago aquí?». Como todos los que han estado en lugares de conflicto, o lo más cerca de ellos, Xavié piensa que «a los políticos, con traje y corbata, pisando moqueta, y decidiendo sobre ella asuntos de la guerra, pero lejos de las ciudades arrasadas por los bombardeos, con muertos, que como son tantos quedan esparcidos en calles y plazas, mientras que madres e hijos tratan de huir, a veces acompañados por sus maridos y padres, mientras que los abuelos se quedan solos, entre las ruinas o en pabellones convertidos en lugares de acogida, con una esperanza de vida más bien frágil, a esos políticos, digo, los subiría a un autobús y los dejaría con cien euros en el bolsillo, en Kiev, por ejemplo, diciéndoles que los pasaría a buscar a la semana siguiente. Mientras tanto, que se busquen la vida… Como hacen quienes viven en Ucrania. Posiblemente, si tuvieran que pasar por esto, no habría tantas guerras. Vamos, ¡seguro! Porque no es lo mismo verla desde la moqueta, que vivirla».
Dicho lo cual, nada más que añadir… Bueno, sí. Que las fotos de Xavié son fotos con historia. Las mires como las mires… Porque todas te transportarán a lo mismo: a la tragedia de los débiles provocada por la locura de los poderosos. Basta, si no, observar la mirada de aquellos… Sobre todo la de los niños. Observar y reflexionar. ¡Tanto dolor!, ¿para qué?