No había día que uno encendiera el televisor y no saliera Mallorca en los informativos. Las vacaciones estivales de los Reyes de España y sus tres hijos eran noticia en los 80 y 90. La Seu de Palma, Marivent, el Castell de Bellver, el Náutico o sus playas se convirtieron en una estampa recurrente. La Isla estaba en todas las cadenas y en el centro de todas las miradas. «Era el lugar en el que estar si uno era alguien o buscaba serlo. Los 80 y 90 fueron una etapa gloriosa para la Isla. Ese mundo ha tocado a su fin, ahora es diferente, ni mejor ni peor, solo diferente», recuerda con cariño Syliane Stella Morell, viuda del aristócrata y escritor José Luis de Villalonga.
Cualquiera que haya conocido al rey emérito, en paradero desconocido hasta el momento de cerrar este reportaje, lo confirma: Juan Carlos I no solo era monarca, también un hábil relaciones públicas que atrajo a Mallorca a altos mandatarios de todo el mundo y miembros de casas reales, interesados en conocer las bondades de la Isla que el rey proclamaba por todo el mundo.
La lista de invitados a Marivent narra años de historia política y social: desde el rey de Marruecos Hassan II pasando por Hussein de Jordania, Isabel de Inglaterra, el príncipe Carlos y Lady Di, los grandes duques de Luxemburgo, los emperadores de Japón o los reyes de Bélgica, hasta altos mandatarios como Mijaíl Gorbachov, George Bush o el matrimonio Clinton fueron agasajados por la Familia Real. No hay duda de que Mallorca estuvo durante décadas en el centro de todos los focos. Los paseos por las calles de Palma, la reina de compras, las salidas en barco o los más jóvenes de la familia de copas, componían sin duda una parte más del atractivo turístico balear.
Unido a Mallorca
«La Isla siempre ha estado presente en la biografía personal de don Juan Carlos, no en balde pasaba los veranos aquí, bajo la tutela de Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, y se alojaba en una celda de la Cartoixa con los Carvajal», como señala José Francisco Conrado de Villalonga, presidente del Consejo Asesor de CaixaBank en Balears y uno de los 20 empresarios que regaló el yate Fortuna al rey en 1999.
A finales de los 60, ya casado con Sofía, Juan Carlos seguía visitando asiduamente Mallorca: el futuro rey participaba en regatas de entrenamiento y el matrimonio recorrió fábricas de calzado en Inca y asistió a la inauguración del Auditòrium de Palma. Pero no sería hasta 1973, cuando la Diputación Provincial les entrega el palacio de Marivent, que pasaría a convertirse en su residencia de verano durante las siguientes décadas.
«Las vacaciones de los Reyes atrajeron a inversores de todo el mundo, visitantes interesados en codearse con gente importante y aficionados a la vela. En esas fechas se inauguró el Club de Mar, en el que ya podían fondear barcos de gran eslora. Palma era una fiesta de glamour, diversión y dinero», señala Pepe Oliver, relaciones públicas y propietario durante 40 años de la discoteca ubicada en este recinto.
Para Eduardo Gamero, presidente de Fomento del Turismo entonces y ahora, «Juan Carlos I ha sido el mejor embajador de Mallorca en el mundo. No podemos decir que la puso en el mapa, porque ya lo estaba desde principios del siglo XX, pero sí la convirtió cada verano en la capital de España y estaba en el centro de todas las miradas. Y eso no podemos olvidarlo nunca», apuntilla.