Iván Javier Vázquez murió de coronavirus el pasado 23 de marzo, en Son Espases. Medía 1,75, había cumplido 33 años y era discapacitado. «Tenía un retraso mental severo porque cuando nació no me hicieron la cesárea, lo cual le provocó una hipoxia perinatal o falta de oxígeno», nos explica su madre, Myriam Chamorro de Gaetani, argentina, de Córdoba, aunque residente en Palma y con familia en Manacor. «Caminaba, y lo hacía sin pañales, pero a la hora de hablar no se le entendía… Bueno, yo sí le entendía…». La voz de Myriam es débil y se le debilita más con la emoción, pero se la ve fuerte y serena: «Era un niño grande, pero su mente era la de un crío de tres años. Por eso me quedé en la clínica con él, ya que solo no podía estar».
Cuenta que algunos que conocen su historia la han criticado por ello, por quedarse a su lado. Pero ella se pregunta ella: «¿Qué podía hacer yo, si no eso, estar a su lado, estar pendiente de él en todo momento, vigilar que no se quitara las vías…?» Iván asistía a Mater Misericordia, donde, según su madre, se contagió de coronavirus.
Fue ingresado en Son Espases el lunes 16 de marzo, a las 4,30 de la madrugada. «Y me quedé con él, en la habitación 323, situada en la tercera planta, donde no dejan entrar a nadie. Pero nunca le pusieron en la UCI –matiza– ni tampoco un respirador. Desde el primer momento –sigue contándonos Myriam– hice un reportaje de fotos y vídeo, entre otras cosas para informar, a través de él, a la parte de la familia que vive en Argentina, a fin de que fueran tomando medidas, que no salieran de casa, ni tuvieran contacto con otras personas. Lo hice por eso y también para tener un recuerdo de mi hijo».
«No se puede hacer nada por él»
Nos entrega el reportaje gráfico y el vídeo. Son imágenes duras, sobre todo este último, pero reales. Es la crónica de una muerte anunciada, «y más cuando el miércoles, dos días después del ingreso, una doctora llegó a la habitación para decirme que ya no se podía hacer nada por él, ni llevarle a la UCI, ni ponerle respirador. Y allí nos quedamos los dos… Muy fuerte, ¿no?, que lo desahucien así, que te lo digan así…».
Pasaron los días, jueves, viernes, sábado, domingo y lunes, con ella siempre a su lado, sentada o tumbada a su lado, a veces grabando lo que pasaba en ese instante: «Bueno, son las seis de la mañana, hemos sobrevivido otra noche más –contaba en uno de los vídeos, tumbada al lado de Iván, mirándole con ternura–. Iván ha estado algo inquieto en algunos ratos, en otros ha dormido algo más…–. También, a lo largo de esos días, Myriam, que es cristiana evangélica, pedía a través de sus redes que oraran por su hijo, «y algunos días le cantaba en la habitación En mis angustias me ayuda el Señor, una canción –le decía a su hijo, cogiendo su mano y apretándola contra su pecho–, que me enseñó mi mamá para que la cantara cuando me sintiera mal por algo…».
Positivo sin pruebas
Y llegó el lunes e Iván dejó de sufrir, dejó de respirar. Sus ojos se cerraron… «Murió en mis brazos… fue una muerte dulce» –explica Myriam–. Cuando abandoné el hospital, me fui directamente a casa, y aquí sigo, haciendo la cuarentena, sin estar en contacto con nadie. Antes de salir, recuerdo que sin hacerme ninguna prueba, el médico me dijo que yo era «un positivo sin pruebas con síntomas leves», por lo que debía confinarme en casa, y aquí estoy, va para tres semanas de encierro, encontrándome con mi hijo en todos sus rincones, en todas partes…». Entre las fotos nos envía una, la de la urna que contiene las cenizas de su hijo. «Le incineraron el domingo 29 de marzo. La urna, que se la mandaron junto con la factura, reposa sobre el piano que tiene en casa, ante el que, a veces, ella se sienta y toca un tema, It is well with my soul, «una canción que Dios me dio para que me consuele».
Myriam está en paz porque está segura de que su hijo también lo está. «Quisiera dar las gracias a las enfermeras de Son Espases por cómo se han entregado con mi hijo».