Margarita Núñez vive en Campos, es madre de tres hijos y desde hace años padece fibromialgia, fatiga crónica y neuralgias del trigémino. Más bien, un tres en uno terrible.
Algo más que una crisis aguda. O mejor: un estado de crisis permanente agudizado por dolores que nadie puede controlar y que cada vez va a a más. Y, lo peor, es que el dolor afecta a la mente.
Margarita está sentada en el sofá de su piso. Sobre la mesita reposa la caja de cartón repleta de cajas con pastillas: antidepresivos, opiáceos, pastillas para dormir, antiinflamatorios… Una pequeña farmacia, vamos, que la tiene siempre a la vista, porque, ¿cuántas pastillas se toma el día…? Nueve, nos dice. Y así un día y otro, «y como lo mío no tiene solución, es crónico. Y muy doloroso; tanto, que a veces ni me puedo duchar, y si me da un brote, pues ya ni le cuento. Y así para siempre».
A los 15 años
Tiene 50 años y empezó a notar que algo no iba bien cuando cumplió los 15, pero no se lo diagnosticaron hasta 20 años después. Mientras tanto, se casó, tuvo tres hijos, se separó, trabajó como camarera en el centro de personas mayores de Campos «porque tienes que sacar a delante a tus hijos, educarlos… Hoy ya se defienden ellos, pues tienen 31, 28 y 22 años. Es más, si no fuera por ellos –dice–, hoy viviría en la mayor de las indigencias». Y lo dice –que viviría en la indigencia– porque solo recibe 445 euros al mes de parte del Resso, o paga que le da el Govern por ser persona de más de 45 años e inválida, pero que no le alcanzan para pagar el piso en el que vive, «aunque, oficialmente, no se me reconoce tal invalidez. El tribunal médico que me examinó no me declaró enferma, por lo que no me dio la invalidez. Fuimos a juicio, y el juez, que ni siquiera me miró, tampoco me la dio. Me dijo que no era apta para obtener la incapacidad. ¿Se imagina…?».
No extraña que ante tal situación intentara suicidarse. «Cogí una botella de cava y me bebí parte de ella con unas pastillas, bastantes, que saqué de la caja. Me mareé, perdí el sentido, empecé a vomitar… No sé cómo, pero me desperté. A mi lado estaban mis hijos… Mi hija, que encontró la botella medio vacía y viéndome a mí en tan mal estado, avisó a sus hermanos, vino el médico… No te preocupes mamá, me dijo mi hijo recostado a mi lado… Tenía 18 años, estaba estudiando, pero dejó los estudios y se puso a trabajar. Y, desde entonces, me están ayudando. Ya digo, si no fuera por ellos, viviría en la indigencia».
No es justo
Margarita, a causa de su enfermedad, se levanta entre las 11 y las 12 de la mañana, «porque antes, es que no puedo. El dolor es superior a mis fuerzas… Pero, ¿sabe lo que me preocupa…? Pues que tengo 50 años y que lo mío va a seguir mientras viva, puede que cada vez peor y… Pues que me digo que no es justo que mis hijos tengan que cargar conmigo, y más cuando pienso que de lo que tengo no me voy a morir, que puedo durar años, que puedo terminar como un vegetal… Por eso creo que no es justo que tengan que cargar conmigo…».
Consuelo
El consuelo que tiene es que mucha gente de Campos sabe que está enferma «y me dan su cariño; especialmente una amiga que me viene a ver y me anima a que salgamos, aunque solo sea al bar de en frente. Allí tomamos café y siento cómo la gente me anima». Margarita no ve posibilidad de que el tribunal médico vea que es una mujer incapacitada.
«No sé qué más he de tener para que me incapaciten… Porque es evidente que no estoy capacitada para nada». Y sí, lo es. ¡Salta a la vista! Basta, sino, con estar un rato con ella. «Lo que quiero es que si no estoy capacitada, que me lo reconozcan». A lo que no hay derecho es que en esta sociedad haya personas como Margarita. Porque con 400 euros, y más estando enfermos, sin poder moverse, no pueden vivir.