Durante cuatro años, Agustina Sol Brischetto ha sido una de las mujeres más envidiadas y deseadas del fútbol americano, ejerciendo de cheerleader en las filas del Miami Dolphins. Desde hace un mes, esta joven de 31 años de edad, natural de La Plata (Argentina), se ha instalado en Palma. Una nueva etapa junto a su chico, el jugador del B the travel brand Mallorca Palma, de la LEB Oro, Pablo Bertone.
Agustina, que desde pequeña soñó con ser bailarina, se formó en la Universidad Nacional de las Artes, en Buenos Aires, estudiando la carrera de Danza, viajó hasta Nueva York y estudió Dirección de Empresas aunque sin dejar el baile, profesión con la que ha viajado por medio mundo haciendo publicidad, moda, teatro... También estuvo de gira con las bandas de rock Turf y Ciro y los Persas. Pero su vida cambió radicalmente cuando una amiga le propuso presentarse con ella a las audiciones de cheerleaders para los Miami Dolphins, donde ha estado cuatro temporadas. «No tenía ni idea de fútbol americano hasta que llegué a Miami».
Como una de las principales animadoras de este club, se formó en otras áreas. «Aprendí mucho de cara a un futuro. Fuimos embajadoras, acudíamos a actos, eventos, etc. No solo bailábamos».
Su casi 1,80 de estatura, envidiable silueta y una evidente belleza le llevaron a protagonizar el calendario del equipo a beneficio de las víctimas del huracán Irma. Se marchó en marzo, al finalizar la temporada. «Una cheerleader puede llegar a estar entre tres o cuatro años en el equipo, si pasa cada temporada las audiciones. Y bueno, yo tenía muy claro que era mi último año». Conoció a su chico en Barcelona, por casualidad, «ya que Pablo jugaba en Italia y yo viajaba cada mes desde Miami. Cuando Pablo supo que vendría a Mallorca en marzo no dudamos en venir juntos». Atrás quedan las cuatro horas de entrenos, ensayos, etc. «Fue muy duro, pero maravilloso. Yo empecé para seis meses de contrato y estuve cuatro temporadas». Agustina y sus compañeras saltaban al terreno de juego «20 minutos antes del inicio del partido. Bailábamos y animábamos todo el encuentro y los promedios de los partidos eran de tres a cuatro horas», comenta.
«En América ser cheerleader es lo más», comenta Agustina, que añade: «En mi caso he vivido un sueño hecho realidad, sin haberlo soñado».