«A ver, vamos a aclarar una cosa. Yo nunca trabajé con Miquel Pujol (Miquel d'es forn de sa Pelletería)». Así comienza el encuentro con María Martínez, todo un torbellino en el horno de la panadería La Hogaza, situada en la calle Socors, cuyos cremadillos transportan a la calle Pelleteria. Y mientras María sigue entrando y sacando bandejas del horno de este hojaldre relleno de crema o chocolate, explica la confusión. «Yo era su clienta. Y cuando se jubiló, le dije que dónde iba a comer unos cremadillos tan buenos. Y me contestó. «Pues hazlos tú. Yo ya había abierto este local y durante año y medio me estuvo enseñando antes de jubilarse, pero nunca trabajé en su panadería».
Esta leonesa tan ruda como cariñosa tuvo un amor a primera vista con la Isla. «Llegué a Magaluf en viaje de estudios y me quedé tan prendada que no quería volver». Sus padres le obligaron a regresar, pero cuando acabó sus estudios al año siguiente no lo dudó y se volvió a Mallorca. «Comencé trabajando en un supermercado y luego hice de casi todo hasta que durante bastantes años me metí de pintora de brocha gorda. Trabajé con Manuel Novella, de Sóller, y luego con Pepe Bergas, pero llegó la crisis y Pepe Bergas se retiró. Nadie quería contratar a una mujer pintora entonces empecé en el mundo de la panadería».
María ha tenido siempre facilidad para los trabajos manuales desde que ayudara a su padre con las ovejas y caballos en su León natal. «Soy muy lanzada y abrí La Hogaza. No me puedo quejar, pero el trabajo es duro».
El nombre de la panadería se debe a lo mucho que le gusta el pan. «Empezó siendo la base del negocio, pero el gusto está amariconado –«ponlo así», insiste– y además cuando le dices al cliente que el kilo vale 7 euros cuando en el supermercado pueden comprar tres barras por un euro entonces el negocio del pan se vuelve muy complicado». A pesar de ello, elabora cada día algunas clases como la hogaza de candeal, espelta y centeno. Y otros se los trae un panadero. Pero la estrella del local es el cremadillo.