Catalina Pieras (Inca, 1978) fue elegida el pasado lunes Chef del Año 2018 por la Associació de Periodistes i Escriptors Gastronòmics de Balears, un galardón que recogió «con una gran ilusión y alegría». Cati, como se le conoce en el mundo gastronómico, es la cocinera del restaurante DaiCa, abierto desde 2012 y en el que trabaja como jefe de sala su pareja, David Ribas.
¿Siempre tuvo claro que quería cocinar?
— No, estudié en el colegio, hice C.O.U., Selectividad y me gustaban carreras tan diferentes como Historia o Biología. La cocina me había gustado desde siempre y como no tenía nada claro qué estudiar desde siempre, entré en la Escola d'Hoteleria.
¿Fue instantáneo el flechazo?
— La verdad es que sí.
Usted ha trabajado mucho en Catalunya.
— Empecé en el Cavall Bernat (Puerto Pollença) y allí aprovechaba las vacaciones o los meses de menos trabajo para aprender en los mejores restaurantes de Catalunya porque mi hermana vivía en Barcelona. Estuve en El Racó d'en Freixa o el Sant Pau, de Carme Ruscalleda.
¿Qué fue lo que más le impresionó de ella?
— Lo grande que puede llegar a ser la sencillez y la organización que había, pero sobre todo el tratar el producto en su máxima frescura, que sepa sólo a lo que tiene que saber.
¿Qué le produce cocinar?
— Es casi imposible resumirlo en poco espacio, pero si tengo que hacer lo diría que felicidad. En la cocina siento que puedo desarrollar toda mi creatividad. Una de las grandes ventaja de esta profesión es que cada día es diferente.
¿Se está mitificando el producto de proximidad?
— No, pero yo tengo claro que el producto local que utilizo tiene que ser de primera calidad, no me sirve sólo que sea de aquí. Por otra parte, en este mundo que vivimos hay que cuidar lo más posible el medio ambiente y entonces parece lógico trabajar con ingredientes lo más cercanos posibles.
¿Cuida su alimentación?
— Lo procuro, pero no siempre lo consigo por falta de tiempo. Como de todo, no hay nada que me desagrade especialmente. Me gusta tanto la carne como el pescado, pero no podría comer carne cada día, aunque cada cierto tiempo el cuerpo me la pide.
¿Qué le pierde?
— La fruta.
¿Cómo se lleva el trabajar con su pareja?
— Muy bien. De hecho no tengo la sensación de hacerlo. Además, como yo me encargo de la cocina y él es el jefe de sala tenemos nuestros campos delimitados.
¿Discuten?
— Claro, pero con cariño.
¿Quién cocina en casa?
— Él, yo lo agradezco y a él le gusta porque lo echa de menos.
¿Por qué el restaurante en Llubí?
— Soy de Inca y a Llubí siempre le he tenido un cariño muy especial. Cuando David y yo nos lanzamos a tener un restaurante teníamos claro que debía de ser en un pueblo de interior porque la oferta en Palma es bestial. Encontramos este local y David, que es más echado p‘alante que yo, lo vio claro al momento.
¿Se trasladarían a Palma?
— No.
¿Tiene más clientes extranjeros que mallorquines?
— En verano sí y en invierno no. Al final del año vemos que la proporción es casi 50-50.
¿Puede cocinar algún plato que no le guste?
— Sí, pero me cuesta mucho. Cuando ocurre lo doy a probar al equipo y si les gusta mucho, lo incorporo a algún menú.
¿Siempre tuvo claro que quería tener un restaurante?
— La verdad es que sí y creo que es algo que les pasa a casi todos los cocineros. Lo que tenía claro que no quería hacer era trabajar en el restaurante de un hotel con 1.000 clientes. Ya lo hice una vez y tuve claro que no repetiría. Es otra de las ventajas de este negocio: la variedad que hay a la hora de desarrollar tu labor.
Tiene dos hijos. ¿Qué tal comen?
— El pequeño tiene dos años y medio y come de todo y la mayor, 6, y no come casi nada. Intento que coman sano, pero tampoco les prohibiré una hamburguesa.
¿Encima del restaurante tienen un pequeño hotel.
— Sí, son sólo tres habitaciones.
¿Es cierto que las suelen utilizar los clientes que han acabado la cena muy alegres?
— Ja,ja,ja. Algo de eso hay. Lo cierto es que algunos clientes cogen la habitación por adelantado previendo que luego no estarán en condiciones de coger el coche. De esta manera cenan más a gusto y sin tenerse que preocupar por la vuelta a casa.