Quien se haya dado una vuelta por el Born, los jardines de s'Hort del Rei o la zona de Antoni Maura y la Catedral, en Palma, habrán visto a unos simpáticos osos panda gigantes que llaman la atención de residentes, pero sobre todo de turistas.
«Nosotros fuimos los primeros. Llegamos en marzo y luego se han ido añadiendo más», comenta Anatoli, un joven búlgaro que se turna cada dos horas en llevar el traje junto a su hermano Stephan y su padre. Un sistema de ventiladores que funcionan con baterías hacen que el traje se llene de aire y de esa manera se mantiene erguido. «Compramos el traje por internet y vino desde Hong Kong. Nos costó 900 euros y luego están las baterías, que valen 40 euros cada una. Nosotros tenemos seis», explica Stephan, mientras que su padre, en su papel de oso panda, realiza graciosos movimientos en el Born para conseguir la atención de los paseantes. «Los dos últimos años vivíamos en Madrid y en marzo nos trasladamos a Palma con mi madre. Fuimos los primeros. Empezamos en la Plaça d'Espanya pero no había mucho trabajo. Luego fuimos a la zona de la Catedral, pero ya había más pandas, así que nos vinimos al Born», añade Anatoli.
El calor es uno de los principales problemas. «Ha habido días que mi padre ha usado cinco o seis camisetas». Sin embargo, parece que el esfuerzo merece la pena porque el joven explica. «Un día bueno, pero tampoco extraordinario, se pueden ganar 200 euros. Eso sí, dejan más dinero los grupos pequeños que los de mucha gente».
Abdus Sobur es un hombre de 40 años que procede de Bangladesh, uno de los países más pobres del planeta. Lleva tres años en Palma y suele ponerse en los jardines de s'Hort del Rei. «Trabajo entre las 10.30 y las 17.30, que es cuando se suelen acabar las baterías». Abdus afirma que suele sacarse «unos 20 euros al día» y que parte lo manda a su familia. «Pero allí tienen que tener cuidado porque a mucha gente le roban a la salida del banco. Hay mucha delincuencia».
A pocos metros de Abdus se encuentra la pareja formada por Katia y su marido Asen, que proceden de Bulgaria. «Llegué a Mallorca hace nueve años y el primer año trabajé cuidando a personas mayores, pero no me gustó. Luego estuve muchos años como estatua viviente con la cabeza en el brazo y fue bien. Pero en mayo decidimos cambiar y compramos los dos trajes», explica Katia. Ella lleva uno de casi dos metros de altura y el de su marido impresiona porque sobrepasa los 3 metros. «El 95 % de la gente que se para, se hace una foto pero no deja dinero y luego hay otros que sólo dejan céntimos».
Un asunto delicado es el policial. Ninguno de los protagonistas quiere hablar mucho de él, pero por ahora les dejan trabajar más o menos con tranquilidad.